Prôlogo: El texto está escrito con un teclado francés. El original hablaba de C. y no de Cathérine. Al publicarlo en castellano me ha parecido que el uso de una inicial "cosificaba" a una persona, la protagonista de esta "tranche de vie".
-------------------------------------------------------------------------
Aristide
Labarthe, cuando sus hijas eran unas preadolescentes, contrató una
baby-sitter, en realidad la contrató su mujer, para que cuidase de
las mismas durante las vacaciones escolares de verano mientras que el
matrimonio trabajaba. Las pequeñas Labarthe, un par de crías de 10
y 12 años, permanecían en casa en Baiona o iban a alguna de las playas cercanas con Cathérine que cuidaba de que comieran lo que su madre había dejado preparado o de que no se
tostasen demasiado. Habitualmente Cathérine, que tenía 16 años o
poco más, llegaba para el desayuno sobre las 9 de la mañana y
desaparecía para la merienda sobre las 5 de la tarde, o sea que,
como él salía de casa hacia las 8 y regresaba hacia las 7, apenas
conocía su rostro. Pero la señora de Labarthe había alquilado una
casa en los Pirineos para pasar unas vacaciones en familia y tuvo la
idea de invitar a Cathérine para que les acompañase como una más
de la familia, sin obligación de trabajar aunque le pagase el salario
como hasta entonces. Y Cathérine les acompañó. La casa era un gran
chalet destartalado en Luz-Saint Sauveur con cocina, sala, comedor y
el dormitorio del matrimonio en la planta baja y más dormitorios en
una primera planta, un jardín con diferentes tipos de hierbas más o
menos cuidadas rodeaba la construcción. Las excursiones se sucedían,
visitando lagos, picos y circos de montaña, a veces descansaban en
el pueblo yendo a la piscina municipal o a un balneario. Cathérine
parecía la hija mayor y se responsabilizaba de las otras niñas
espontáneamente. El matrimonio estaba encantado con su
compañía.Cuando la quincena tocaba a su fin, una tarde al regreso
de una excursión más dura de lo normal, la señora Labarthe ocupó
la sala de baño de abajo para ella sola y remitió a su esposo a la
ducha del primer piso, asî que Aristide se resignó a entrar en un
encharcado cuarto de aseo porque sus hijas, después de un rápido
paso por el agua y el jabón ya se encontraban jugando en el jardín.
Cuando Aristide abrió la puerta y vio a Cathérine reflejada en el
vaho del espejo, la imagen de una mujer desnuda en el vapor del
ambiente, no la reconoció, quizá por eso se quedó paralizado
mirando el cuerpo blanco, la cara, el cuello, los brazos oscurecidos
por el sol del dîa, el pubis triangular de pelo negro…
-¿Quieres
ducharte? Ya he acabado – Cathérine dijo saliendo de la bañera y
secándose la cara con la toalla frente al espejo, su culo
absolutamente blanco le deslumbró -, la fregona está detrás de la
puerta.
Cathérine se enrolló la toalla y se volvió.
- ¿Me dejas
pasar? Me voy a secar en mi cuarto.
Aristide se apartó
sonrojado.

El
verano se acabó, pasó el tiempo, mucho tiempo, quizá 20 o 30 años, sin que Aristide tuviera noticias de Cathérine. Aristide y su mujer
siguieron las etapas de la vida sin separarse mucho, las hijas se
casaron, también llegaron nietos. Las rutinas se alternaban con
pocas sorpresas hasta que hubo un funeral de esos a los que hay que
ir inevitablemente, el funeral de un pariente cercano, un anciano
hermano de su padre y que era el último de aquella generación.
Aristide fue solo, la ceremonia era en un pueblo remoto de un
departamento pirenaico y en pleno invierno, llegar fue una aventura,
al entrar en la iglesia a las 2 de la tarde caían copos de nieve y a
la salida, los que portaban el féretro al cementerio justo al lado
del atrio apenas se percibían desde unos metros de distancia por la
nevada que mansamente caía. Aristide pensó que ya había cubierto
su papel y se fue quedando descolgado del pelotón con la idea de
ponerse a buscar su coche en el paisaje navideño que se iba
quedando.
- No
has cambiado nada, Aristide.
Una
mujer le agarró del brazo por detrás y le hizo girarse para recibir
unos besos en las mejillas.
-
!Cathérine ! !Eres Cathérine!
- !Me
has reconocido! Pues yo sí he cambiado encerrada en este
poblacho del fin del mundo ¿Cómo está tu mujer?¿Y las
niñas?¿Tendrás nietos ya, supongo?
Siguieron
la bajada a tierra del ataúd alejados de las últimas filas,
poniéndose al día mutuamente de años de sus vidas respectivas,
algunos asistentes se volvían de vez en cuando con aires
reprobatorios.
No
había un bar ni similar abierto en bastantes kilómetros a la
redonda. Cathérine le invitó a su casa, vivía sola, su ultimo
marido se había muerto dueño de todas las riquezas del valle, las
cuales le daban para vivir allí con cierto confort pero no para,
vendiéndolas, poder vivir en la civilización.
- Es de
noche y con esta nevada te tendrás que quedar a dormir, te prepararé
la habitación de invitados – dijo al entrar en el calor de la
vivienda-, no me podría perdonar que te pasase algo por mandarte a
dormir al refugio de más abajo en el valle.
- No
sé, tengo que avisarle a mi mujer – mintió Aristide, su mujer le
había dicho que no se le ocurriese volver con el temporal anunciado
-, se pondrá celosa si le digo que me quedo a dormir en casa de una
dama tan bella.
-
Halagador. Ya se lo digo yo – pâsame el teléfono.
Las
mujeres hablaron un buen rato, Aristide, siguiendo indicaciones por
señas de Cathérine, sirvió unos vasos de whisky. Luego de colgar
Cathérine preparó una cena sin dejar de beber ni hablar. Una y el
otro hablaron sobre todos los temas de sus biografías, sobre todos, la vida
sentimental y laboral de Cathérine había sido tumultuosa hasta
que, cuando aun joven y dinámica hubo alcanzado la calma en aquel
aburrido paraíso rural de l’Ariège, el difunto tuvo el
detalle ése, morirse, dejándole descansar en medio de ninguna
parte. Aristide tenía menos cosas que contar y tuvo menos
oportunidad de contarlas. Frente a la chimeneta, sentados los dos en
el sofá, las horas iban pasando en una intimidad cada vez más
envolvente. Aristide le contó la escena del baño, cuando se tropezó
con su cuerpo desnudo, aquella imagen en el espejo…
- No me
acuerdo de nada de eso, yo era una niña y tû más viejo que mi
padre, para mi era como estar desnuda delante de mi padre, supongo –
dijo Cathérine levantándose y dándole la mano – pero nos hemos
olvidado de preparar la cama de invitados, así que tendrás que
acostarte conmigo y ahora ni yo soy una niña ni tû un viejo ¿Qué
son veinte o treinta años?