Estamos asistiendo
en todos los medios a una continua revelación de casos de acoso
sexual. Fundamentalmente se trata de hombres con cierto poder que se
han prevalido del mismo para abusar de mujeres en circunstancias
oportunas para lograr sus objetivos libidinosos.
Desde mi rincón
local asisto asombrado a estos sucesos y los comparo con la situación
de un, más o menos conocido, pornógrafo donostiarra cuyo asunto
permanece atascado en un Juzgado, a pesar de que varias de sus
víctimas, las que han osado denunciarle, se han quejado del trato
privilegiado que el denunciado está recibiendo, lo que le ha
permitido, según han acusado, de incrementar los daños padecidos
por estas mujeres.
Me resulta difícil
de explicar esta zona de nebulosa que se ha extendido por la Juez de
Instrucción y la Fiscal -a las que me ha costado defender
recientemente de imputaciones que la rumorología del patio de
vecinos que es el viejo hospital militar de Duque de Mandas realiza
inevitablemente-, porque la tardanza en resolver no evita la
inquietud del pornógrafo en cuestión que puede ser inocente
perfectamente y que tiene esas siete -creo que este es el número que
me ha llegado-, espadas de Damocles sobre su despejada cabeza y
desmoraliza a quienes han confiado sus sufrimientos al burocrático
aparato de la justicia humana para obtener un remedo de reparación.
La imagen que este
asunto está dejando de nuestra pequeña justicia es muy pringosa,
sucia -tan sucia como las fotos que presuntamente servían de
emboscada para los abusos en cuestión-
, y a los que
tenemos que movernos en esos caminos resbaladizos, al menos a mí,
nos suele gustar que la justicia que tenemos, porque no hay otra,
tenga un aspecto más presentable socialmente.
Hoy en día no se
puede hacer durar un asunto para que el tiempo lo mate y eso es
bueno, ya es hora de que la máquina acabe su ciclo y que este asunto
de acoso y pornografía donostiarra termine. sin filtros
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