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jueves, 29 de abril de 2021

ELOGIO DE LA INFORMÁTICA CON LA EDAD


Me llaman para una encuesta sobre “viejos e informática” o algo así para un trabajo sociológico, la amable encuestadora me hace una serie de preguntas que intento contestar sinceramente y mis respuestas, al parecer, se escapan del esquema prefijado en su cabeza o en la tesis que alguien quería demostrar al realizar este trabajo de campo, verdaderamente de campo en mi caso, porque se puede decir que estoy en el campo, más bien entre pinos y los maizales recién sembrados…

Nací en la primera mitad del siglo XX en una fábrica de motores diésel, una fábrica que empleaba tecnología avanzada para la época, habiendo pasado de la fabricación de motores gasógenos a este tipo de motores para camiones y barcos -mi padre había estado en la casa Bosch en Alemania en los años 30 donde se había formado en la materia -, así que la mecánica, la electrónica, la química aplicada a la fabricación, desde el dibujo industrial de las piezas, los modelos, la fundición, el montaje hasta el banco de pruebas, el embalaje final, la oficina y la contabilidad, eran mi cuarto de los juguetes, donde escuadras, cartabones, tiralíneas, amoniaco, papel químico, bielas, pistones, cigüeñales, bujías, camisas, aceites, baterías, gasóleos, cableados, rodamientos, limas, martillos, llaves, destornilladores, cajas registradoras, calculadoras mecánicas… eran los juguetes que tenía al alcance de mi mano y de mi curiosidad.

Los motores se basaban en principio en los Berliet que se fabricaban en Lyon pero evolucionaron, para los de menor cilindrada, a algún modelo original que vi nacer en la mesa familiar y empezar a evolucionar dibujado con mayonesa en un plato vacío de ensaladilla rusa. 

Quiero pensar que absorber desde la cuna la creatividad, el plagio, el humo, la industria, la fabricación, la mecánica, la reparación y demás componentes de las máquinas que nos rodean, fue un componente esencial de mi relación con la informática.

La informática apareció poco a poco de la mano de IBM y era un espectáculo el asomarse a la Escuela de Informática de Deusto, que estaba pegada a la Comercial de Deusto donde estudiaba, y ver pasar las fichas perforadas por el abierto tubo digestivo de aquel monstruo gris y que siempre pronosticaban la victoria del Athletic de Bilbao en la Copa del Generalísimo.

Las primeras calculadoras electrónicas llegaron cuando aún usaba la mecánica en el Credit Lyonnais para cuadrar el balance de caja diario con sudores colectivos de toda la agencia – no nos podíamos ir a comer sin que cuadrase y aquel horario de 8 a 15 horas producía mucha hambre cuando un céntimo faltaba o sobraba al cierre de caja -, mientras, Carrero Blanco asistía a su última misa retransmitida por télex a toda velocidad, toda velocidad que la cinta perforada podía alcanzar.

Entre la muerte del sapo gallego de cuyo nombre no quiero acordarme y el 23F del insomnio, nos empezaron a llegar las máquinas de escribir eléctricas con memoria, memoria que IBM y Olivetti hicieron crecer hasta parir la impresora y el ordenador de sobremesa en el despacho de abogados, en principio sito junto a Gispert, lo que facilitaba la adquisición de aquellas modernas herramientas. Creo que el primero que tuvimos en Lan o Sunion fue Nokia, sin embargo. Enseguida me puse uno idéntico en mi propia casa e hice un cursillo de programación en la Cámara de Comercio – programé un juez que aplicaba atenuantes y agravantes con criterio exacto para fijar las penas -, así que cuando me llegó un asunto complejo, el caso de los violadores de la costa vasca, pude usar un gestor de base de datos para analizar los delitos y lograr la inocencia de mi defendido que, interrogado por la guardia llamada civil, había confesado varios de ellos cuando las circunstancias de tiempo y lugar de los mismos los hacían imposibles. Volví a usar el mismo procedimiento en el caso del violador sin piernas pero, a pesar de que conseguí su absolución de algunos hechos que no cometió, nadie persiguió a quienes, se podía deducir de mi trabajo, eran autores de otros de los delitos. La Justicia no estaba preparada para la informática.

Por suerte, en mi despacho colectivo, ya Sunion, hubo quien se hizo adicto de la informática y acaparó formalmente este área, lo que me permitió desarrollar discretamente mis capacidades y conocimientos. Esto fue muy útil cuando me divorcié de mis socios definitivamente y tuve que irme llevándome copias físicas importantes de discos duros y copias nada importantes de discos duros, porque de todo hay en las memorias descuidadas de algunos -el fuego, el fuego en una vieja chimeneta es muy útil para borrar contenidos y pistas, no hace falta quemar el edificio de hacienda -.

En estos momentos tengo dos ordenadores portátiles, Dell y Lenovo, que funcionan bien, tengo restos de otros del pasado que guardo, a veces los tengo que usar para suplir a los titulares en averías y carencias, y estoy en demasiadas redes sociales, aportando contenidos.

Volviendo al principio, la informática es mecánica, en realidad no es más que un juego de válvulas de pequeños motores electrónicos, hasta mi bisabuelo hubiera podido usarla.






martes, 20 de abril de 2021

ATHLETIC



Había estado en Bilbao antes, para jugar en Jolaseta a hockey íbamos en tren desde Donostia y llegábamos a la oscura estación de Atxuri, luego cogíamos el otro tren que nos llevaba por la vía derecha hasta Algorta, en total cinco horas de viaje de ida y cinco horas de viaje de vuelta, algunas veces dormíamos en casas de jugadores del Club local, otras en pensiones de estudiantes que tenían habitaciones libres por el fin de semana -es de suponer que cambiaban las sábanas para acogernos -, a veces los mayores nos llevaban a dar una vuelta por la calle de Las Cortes antes de coger el tren de regreso. Esto del tour turístico por la “Palanca” se hacía incluso las pocas veces en que fuimos en autobús alquilado o apelotonados en varios coches, sin cinturón de seguridad y por la carretera de la costa, tres horas de viaje de ida y tres horas de viaje de vuelta.


Había estado en Bilbao antes, también para matricularme y buscar alojamiento, cuando llegué en octubre de 1966 para estudiar en la Comercial de Bernaola SJ y quedarme allí cinco cursos y salir con un resguardo de un título de derecho que se me mandaría unos años más tarde para colgarlo por ahí -mi relación sentimental y emocional con Bernaola SJ duró tres cursos así que no tengo el título de más fuste -.


Había estado en Bilbao antes pero no había vivido allí y, al llegar para quedarme, entonces descubrí el Athletic. En San Sebastián yo iba al fútbol los domingos a las 3 de la tarde, la iluminación artificial era un invento reciente, y al acabar el partido se acababa la Real, hasta el domingo siguiente en que nos enterábamos por “Goleada” del resultado, casi siempre malo fuera de casa, que había logrado el equipo. La Real se vivía la hora y media del domingo que duraba el encuentro y se olvidaba lo mismo que el color de la casulla del cura que había dicho la misa obligatoria -el color de la casulla era la pregunta que confirmaba a la abuela que habíamos ido a misa y no estábamos en pecado mortal-. En Bilbao, con el Athletic, no. En Bilbao, fue lo que descubrí, la semana, las veinticuatro horas de cada día de la semana, se vivía el Athletic, todo el mundo era forofogoitia, desde el ridículo perro del conserje con su collar rojiblanco hasta el propio malvado Bernaola SJ con su cenicero de escudo del Athletic en el que apagaba sus cigarrillos de tabaco egipcio mientras decidía sobre el porvenir de sus súbditos alumnos, pasando por las trabajadoras del sexo en sus tugurios ahumados de la Palanca y la Palanquilla que olvidaban su origen gallego o canario para jalear a sus leones con mayor entusiasmo que el que ponían en sacar algo de provecho de aquellos pardillos juveniles que les duraban un par de minutos en el catre del primer piso del portal de al lado.


La villa, el resto de la villa, se paraba durante el partido en San Mamés que se oía por la radio y, a veces, por la televisión, se paraba también cuando jugaba fuera, el resultado provocaba, ya entonces, la tristeza colectiva muchas veces pero esta depresión se convertía enseguida en una especie de cabreo animoso que tenía que conducir a una victoria en el siguiente partido, la tensión iba en aumento desde el mismo día siguiente, se olvidaba el partido y se planificaba la táctica que había aplicar con la alineación adecuada en un “brain storming” en el que se oían todas las voces de todos los habitantes, una cacofonía incomprensible para los seguidores del Orfeón Donostiarra. Me acuerdo de intentar explicárselo a mi amá, que me había llevado a Atocha en pañales y me había seguido llevando hasta que tuve edad de ir con mis amigos, y no alcanzar a describirle ese fervor constante y no le podía decir que la chica con la que me morreaba los domingos en la penumbra de un whisky -así se llamaban los establecimientos confortables de hostelería en Bilbao -, se volvía repentinamente fría si en la radio de la barra se anunciaba que Iribar había encajado un gol y se entregaba a una labor esforzada de lengua en mi campanilla si el locutor alababa una internada de Chechu Rojo y que, cuando la Real Sociedad le ganó al Athletic en Atocha, aquella criatura – de foto de página central de Play Boy -, se acordó de que tenía novio que estaba haciendo la mili en Madrid y se quedó preñada de él, supongo, casándose de penalty con toda lógica.


La verdad es que yo quería que el Athletic ganase la final de la Copa contra el Barça, aunque sabía que había cero probabilidades en mi fuero interno. Nunca me ha ofendido que en Donostia me reprochen que me alegre con los logros, escasos, de los leones y que me compadezca de los muchos sinsabores que logran para su ciudad, no sé si el Athletic es mi segundo equipo, pecado mortal de un realtzale, pero es mi equipo, lo que no fue mientras yo vivía en Bilbao y eso que ganó una Copa del Generalísimo (1) es mi equipo pero la Real Sociedad me dio ya alegrías ganando en el viejo San Mamés con mis ánimos en la grada antes (2) de que regresara a Donostia llevándome a una bilbainita, eso sí, una bilbainita que se fue demasiado pronto  de esta vida, pero eso es otra historia.


 Y el mundo de los negocios que es el fútbol no necesita al Athlétic, ninguno de los financieros que están montando, y montarán inevitablemente, el futuro del fútbol ha llamado a un despacho de Bilbao para proponerle entrar en el modelo de negocio que se conoce por Súper Liga ahora, lo harán más tarde, cuando las ciudades se disputen por ser sede de una franquicia de la competición televisiva que se nos viene a cualquier precio y entonces ¿Bilbao se va a quedar sin tener equipo en esa competición?

(1) En 1969 contra el Elche, sí Elche.

(2) Fue en la temporada 71-72, aunque acabé la carrera en 1971 me presenté al examen de grado en 1972 y me casé en la parroquia de Deusto en 1974.


lunes, 12 de abril de 2021

REAL SOCIEDAD, UNA PASIÓN TXURI URDIN Y EL VIRUS QUE NOS PUEDE

Estaba alejado del fútbol. Esporádicamente me dejaba caer por Anoeta una vez por temporada y veía partidos trascendentales por la tele en algún bar, yo que eché los dientes de leche en Atocha con mi madre y que iba a ver hasta los partidos del Sanse con la cuadrilla hasta los diecisiete años, había perdido toda pasión por los colores blanquiazules que defendí desde los veintidós años hasta los veintiocho, pues jugué a hockey sobre hierba en la Real Sociedad seis temporadas, lo que me permitió seguir yendo al viejo campo con “pase de favor” hasta 1977, pero la verdad es que ya para entonces, el fútbol me interesaba menos que el rugby, el fútbol me aburría como tal -en realidad, me sigue aburriendo bastante -, y sufría lo mismo con la Real Sociedad oyendo la radio, leyendo el periódico o viendo por televisión a los sucesores de Arconada y demás, con los que se había muerto mi ya agonizante afición.

Seguí la transformación del Club en Sociedad Anónima Deportiva por interés jurídico - el vicio del Derecho  Mercantil me picó en mis inicios profesionales, perversiones podemos tener todos -, y el proceso del concurso de acreedores lo viví desde la piel de algún acreedor desvalijado por el plan de salvación que se impuso a los débiles y a los contribuyentes guipuzcoanos con una desfachatez verdaderamente incomparable, plan hábilmente dirigido por una mente de la que conozco todas las facetas de su capacidad indudablemente dotada para realizar esta operación, tan buena para unos como dolorosa para otros. Pero, mientras nuestros balones acaben en la red del contrario más que los del contrario en nuestro arco, el pueblo aplaude contento.


Y llegó el confinamiento de marzo de 2020 que me obligó a compartir casa con un encantador anciano inválido pero con un abono a todo canal televisivo existente y no todo es volver a ver Casablanca, sino que empecé a ver los partidos de la Real Sociedad en el hogar, a ver todos, a recuperar viejas sensaciones infantiles, a oír la voz de mi amá que desde el más allá sigue llamando “shosho” a nuestro jugador y “vendido” al árbitro, a disfrutar del sabor del aguardiente de la juventud – mi madre no me dejaba ir a Atocha sin haber tomado un sorbo de “cordial” para que no me acatarrase durante el encuentro -, en resumen, a recuperar fantasmas que habían quedado en el armario de la memoria… ahora veo un partido de la Real Sociedad por cada veinte partidos de rugby que pueda ver por la televisión pero veo y sufro como cualquier otro con este equipo, mejor dicho, sufría como cualquier otro, hasta el sábado de gloria en que ganó la Copa, la copa del rey -espero que sea la copa del último rey de España en la historia de paso -, y, durante el tiempo que faltaba hasta el siguiente partido, dejé de sufrir.

Dos empates después, la vida sigue, el fútbol es un rollo, no soporto que los jugadores realistas también “hagan teatro” – mi madre diría “parecen maricas” pero esto es incorrecto en la actualidad -, el consejo de administración de la Real Sociedad es el mismo en su mismidad, el estadio es una costosa cáscara vacía mucho más vacía, y el marco incomparable sigue siendo comparable pero gana en la comparación como siempre, así que… al menos, y esto es irrepetible, hemos ganado la Copa de 2020 en 2021.