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jueves, 5 de agosto de 2010

HERNANI: RUGBY Y TERRORISMO

Jean Philippe Bidart, histórico dirigente de Iparretarrak, jugaba a rugby en su pueblo, en su equipo –según Midi Olympique-, también jugaban gendarmes. En aquella pequeña sociedad cerrada de pueblo vasco escondido en la montaña, el equipo de rugby unía en entrenamientos y partidos a quienes el resto del tiempo jugaban, uno a extender la muerte como patria y otros a defender la república de todos. Hasta que aquel joven rugbier, después de dos asesinatos de otros jóvenes uniformados, por fin fue arrestado, saliendo de la cárcel a los 19 años por la clemencia de una sociedad democrática demasiado fuerte para que una banda de cretinos pueda hacerlo temblar siquiera. Por cierto, su estancia en prisión no le ha hecho llegar la más mínima luz a su única neurona.

Ignoro si en el equipo de Hernani han jugado jóvenes que luego optaran por trabajar en algún cuerpo policial, no lo creo posible. Me contaron que en un partido en Landare se descubrió que un pilar del equipo visitante era ertzaina y que éste padeció una excesiva dureza de los jugadores locales e incluso el entrenador lo tuvo que retirar de la cancha. También sé que jugadores que eran familiares de políticos no vinculados al mundo etarroide o simplemente de víctimas de esta guerra unidireccional han jugado con alteraciones en sus apellidos pero no sólo para garantizar su seguridad en Hernani.

La coincidencia de tres jugadores de rugby del Hernani vinculados directamente a ETA ha sido subrayada estos días por los medios de difusión con la frivolidad característica de los mismos que ni el rugby ni Hernani merecen. Y menos un club que es ejemplar para todo el deporte español –me remito a artículos míos anteriores sobre Hernani-.

Hernani es una de esas pequeñas sociedades cerradas del entorno de las capitales vascas, resultado del desarrollo industrial, el urbanismo especulativo y un entorno rural enraizado en la tradición. No es un gueto fanatizado pero tiene en sí una mayoría social formada por una de las dos comunidades que conviven y conmueren en Euskadi, la que odia España –la España cuya imagen ha construido el nacionalismo periférico porque España no se ha preocupado de “vender su marca” en el interior nunca-.

Los intelectuales nacionalistas han liderado el integrismo ideológico de estos entornos periurbanos que en un momento histórico se adscribieron al carlismo catolicón y actualmente al revolucionarismo tercermundista y ecofascista. Son reductos –Hernani es territorio arapahoe para los pijos donostiarras-, donde se vota sistemáticamente a los que más y mejor encarnan el odio a lo español. Si este es el problema, hace falta un verdadero esfuerzo político para abordarlo y solucionarlo, lamentablemente es obvio que existe un problema sin solución en España: no hay políticos.

Lógicamente en estos pueblos hay un verdadero muro palpable aunque intangible que los divide. Quien es nacido en uno de los dos Hernanis excepcionalmente cambiará de bando, sólo la cuadrilla, las relaciones afectivas o el equipo deportivo le permitirán contactar a los otros. Pero es un contacto externamente nacionalista porque es la única manera de pervivir, dentro del pueblo o se acepta ese uniforme o no se vive, así que el silencio ante la barbarie y la imposición de la alabanza al terrorismo se conjugan en lo que es la comunicación entre vecinos, sobre todo con ocasión de las fiestas populares ¿Cuántos otros Hernanis hay en Euskal Herria?

España tiene muchos deberes pendientes, uno de ellos es seducir a la sociedad vasca, a esa galaxia de sociedades que conforman Euskadi para que deje de haber tantos hombres y mujeres que justifican todos y cada uno de los crímenes de ETA. Pero hay que querer hacerlo y España está muy lejos de esta parte de España. Está tan lejos que se puede mezclar rugby, Hernani y ETA como se ha hecho con fútbol, Mandela y vuvuzellas y no preguntarse el por qué de las cosas.

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