Zapatero
–aquel infantiloide que nunca aceptó que la realidad contradijera sus deseos-,
nos dejó culpablemente un terrible legado: Rajoy. Europa ha perdonado a Italia
o a Polonia elecciones muy equivocadas de presidentes chuscos en la fachada y
tétricos para su interior, pero lo de Rajoy está siendo el verdadero asombro de
Europa. Ni siquiera tiene al bipolar de Sarkozy para que le eche una mano
derecha en las reuniones esas, tan poco fotogénicas, en que los títeres de los
financieros aparentan decidir. Rajoy está solo, sentado sobre un montón de
ruinas, oliendo a una mezcla de Loewe y mierda, sin hacer lo que cualquier otro
profesional de lo suyo hubiera hecho por menos en tierras más europeas,
dimitir. Creo que en Europa echan de menos hasta a Aznar, aquel siniestro funcionario
de bigote, que le puso los cuernos con los enemigos seculares anglosajones en
un intento de destrozar el sueño europeo. Lo de Rajoy no tiene nombre en España,
los adjetivos se han agotado, pero en Europa si tiene nombre: España. Hasta los
catalanes y los vascos vamos a tener que hacer algo para remediarlo, porque
después de Rajoy, a Europa no le va a quedar más remedio que volvernos a mandar
a las tropas napoleónicas para darnos una oportunidad de volver a empezar.
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