Virgen de Orduña, que no de Triana |
Un torero
profesional ha muerto ayer en una corrida de toros por una cornada
que le propinó el animal que estaba siendo lidiado. Como era de
esperar, la cascada de comentarios enfrentados en Internet es enorme,
son dos hilos de injurias mutuas entre el mundo de los taurinos y de
los anti-taurinos, dos cadenas que se juntan y separan en todos los
foros que puedan existir en español y francés principalmente.
Son dos ambientes
humanos cada vez más alejados entre sí: por un lado hay una
corriente de opinión pública que cada vez ve más la vida animal
como un todo en que el ser humano es uno más, pero con ciertas
características que quizá le deberían hacer como un tutor de los
otros miembros más desprotegidos de esa red de seres vivos
interrelacionados y esta personas sienten el toreo como una agresión
continua a ellos y a los suyos, así que dejan escapar exabruptos
contra los verdugos de los toros, como hacen contra los demás
maltratadores de los animales, y, por el otro lado, hay la corriente
de quien vive el toreo como una comunión con un mensaje ancestral de
superioridad del hombre, de su relación de amo y señor sobre el
resto de las criaturas, y que le permite jugar con un ser tan bello,
torturarlo y matarlo para celebrar una fiesta, fiesta en la que el
goce estético se embebe del riesgo y que requiere del sacrificio
ritual con todas sus sangrientas etapas.
Evidentemente, son
dos concepciones de la vida con los animales alejadas, muy alejadas,
y que funcionan con sensibilidades incompatibles. Para el taurino, la
muerte del torero es un luctuoso evento lamentable, un valiente en el
que se ha “tras-sustanciado” durante la faena muchas veces,
bebiendo su miedo al exponer su paquete testicular a centímetros del
cuerno que puede ser letal a veces, ha dado su vida por el arte
tradicional y merece la honra máxima, como otros corneados
anteriormente, aunque como se ha “caído del cartel”
definitivamente deba ser sustituido por otro torero para que la feria
continúe.
Para el
anti-taurino, se ha producido una compensación, quien a hierro mata
-y mata a uno de los nuestros, un ser vivo-, a hierro muere. Esa
muerte es reparadora en cierta forma de la injusticia de la espantosa
tortura a la que se somete antes de la corrida, durante la corrida y
en la culminación de la misma, al toro.
Análogamente a como
sentimos más la muerte de las personas a las que nos ligan afectos,
a las que estamos próximos, y no nos importa que en estos momentos
lejos de nuestros sentidos se estén produciendo otras muertes,
igualmente duras y horribles para quienes las estén sintiendo. Pero
los toros no son personas evidentemente, los seres humanos somos
omnívoros y matamos horriblemente -pero con un pudor exquisito casi
siempre- a todo tipo de animales, y, sin embargo, los toros han
conseguido personificar más que ninguna otra especie ese nexo entre
seres vivos que decía antes, esa red de vidas, precisamente por la
exhibición que se hace de su tortura innecesaria y de su muerte. Y
cada vez hay más personas que son conscientes de lo que hay de
crueldad humana y de sufrimiento animal en la tauromaquia y que
claman contra su perpetuación en una sociedad moderna, que
consideran que su inexorable abolición será un avance humano. No sé
si subyace en el taurinismo la ideología absurda del creacionismo,
en la que el hombre es el centro del universo y en el antitaurinismo
lo que se da es el evolucionismo pero estoy convencido de que las
reacciones tan desmesuradas que la muerte de cada torero produce
hunden sus raíces en estas concepciones.
Ya he escrito otras
veces sobre todo el montaje industrial de las corridas de toros, todo
lo que tienen de estafa institucionalizada, de disminución de
riesgos al límite para que solo el toro resulte herido y muerto, de
búsqueda de la apariencia cegadora que engañe al espectador y a
quien paga el dinero que se embolsan los que mandan en el negocio, y
que todo ello requiere masacrar al bicho hasta hacerlo el zombi que
normalmente sale al ruedo para prolongar su agonía hasta el
descabello final, así que no voy a insistir.
Solo que lamento la
muerte del torero, un verdugo profesional, en accidente laboral, pero
como lamento la muerte de un tonto kamikaze surgido de los barrios
marginales que se hace explotar en nombre de la hurí que cree que le
espera después, sin una lágrima. Estas muertes me cogen cada vez
más lejos.Incluso aunque el muerto sea de Orduña (Bizkaia) que no está tan lejos.
NOTA
ResponderEliminarEl mundo de los toros es todo ese cúmulo de tradiciones, supersticiones, hábitos... en que confluyen la ignorancia, el delito, la crueldad y todos los "pecados capitales" que podamos concebir con la valentía obligada de quienes por necesidad o por la seducción que el toreo ejerce sobre ellos, son los protagonistas humanos de estas historietas de agonía y muerte. DEP Iván y que sea el último muerto de muerte tan estúpida.