Los descendientes de
las ramas del carlismo catalán en unión de nuestros descendientes
locales protestaron ayer contra el calendario occidental en la
frontera del Bidasoa. Su protesta me obligó a evitar Biriatou, como
casi todos los martes sea dicho, para regresar del trabajo
guipuzcoano al hogar labortano, todo ello en unión de otros
trabajadores transfronterizos, los que vivimos en el atasco de
Biriatou.
Pero la conducción,
oyendo la radio y sus comentarios sobre el pacto del comediante
socialista con el comunista universitario ante el temor de la
resurrección de los cristianos viejos con limpieza de sangre
acreditada en las Cortes del Reino, esa conducción solitaria bajo la
lluvia y el viento me llevaba a pensar en lo triste que es esta
sociedad de simios textiles condenada a repetir sus ciclos histéricos
más que históricos.
Suspendida
momentáneamente la última carlistada autóctona, el enfado de los
nuestros con la inevitable modernidad se expresa mediante la
solidaridad con el reaccionario bandolerismo del levante aragonés
frente al necesario enemigo común, el centralismo castellano y éste,
en vez de reaccionar con la agilidad que el cronometro impone y
desnudar ante el mundo, interior y exterior, la sinrazón de estos
elementos cavernícolas, se pone a gritar “¡Viva las caenas!”
por las noches de copas y a mirar las cotizaciones de Bolsa en el
desayuno de resaca.
No hay razones para
ser optimista, las masas semianalfabetas se seguirán educando con
Tele5 y demás mierda alimenticia de sus mentes, solo queda abrir la
frontera y que nos invadan las tropas imperiales de Napoleón para
que impongan el código civil y la escuela pública.
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