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lunes, 14 de diciembre de 2020

EL TRIBUNAL SUPREMO Y EL PRINCIPIO DE PETER

Cuando hace unos años, 47 ó 48, yo empezaba a asomarme como abogado por los Palacios de Justicia, en una comida institucional me tocó sentarme entre jueces, fiscales y abogados de prestigio  a los que, me acuerdo, les estuve explicando el rugby, aunque en aquellos años me interesaba la política mucho, la que yo hacía estaba en la clandestinidad, así que públicamente hablaba de hockey, de rugby, de westerns y me daba para varias horas de charla sin meter mucho la pata. 

En tal comida, uno de los magistrados, en un aparte me estuvo explicando el Tribunal Supremo y el principio de Peter, según él lo entendía.

- En toda Administración, incluida la Administración de Justicia, funciona el principio de Peter o principio de incompetencia de Peter, del profesor Laurence J. Peter, por el que las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, a tal punto que llegan a un puesto en el que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo y alcanzan su máximo nivel de incompetencia. O sea que los más altos puestos de la función pública están ocupados por incompetentes, por inútiles, mientras que los inferiores realizan el trabajo ¿Te imaginas qué nivel de incompetentes puede haber en el Tribunal Supremo?

No me lo imaginaba entonces, porque el Tribunal Supremo que yo conocía era el que se reflejaba en los tomos de jurisprudencia de Aranzadi que aprendí a manejar con aprovechamiento en Deusto, y yo me los imaginaba como unos ancianitos con toga negra saltando y tropezándose entre pilas de expedientes de procesos de todo tipo acumulados por siniestras oficinas de Madrid, una especie de ratas dibujadas por Walt Disney con gafitas redondas que dictaban latines incomprensibles a otras ratitas que los transcribían con pluma y tintero.

Luego mi camino profesional me llevó a observar de cerca a aquellos magistrados tan lejos de la humanidad y tan cerca del cielo vacío de la justicia divina y mi imagen juvenil no ha variado mucho, ahora, casi 50 años más tarde, los imagino saltando y tropezándose entre pantallas de ordenadores.

Hay quien se enfada y angustia con las sentencias del Tribunal Supremo, que subrayan que crean problemas en la sociedad española en vez de solucionarlos o que nos convierten en el hazmerreír de la ridícula justicia europea - “¿Te imaginas qué nivel de incompetentes puede haber en los Tribunales Europeos?” -, o que dicen lo que quienes les pagan sus estupendos sueldos y descontrolados gastos con el dinero nuestro les dicen que digan y cosas peores. Y no comprenden que esos ilustres magistrados no rectifiquen el rumbo e intenten mejorar tanto la justicia como su imagen. Estos críticos son unos ilusos que desconocen el denominado “efecto Dunning-Kruger” que es un sesgo cognitivo en virtud del cual los individuos incompetentes tienden a sobrestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimar su habilidad en relación con la de otros, así que si han ascendido hasta su nivel de incompetencia es imposible que puedan reconocer sus errores y yo, aunque el nivel al que he ascendido sea bajito, tampoco.





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