Buscar este blog

martes, 20 de abril de 2021

ATHLETIC



Había estado en Bilbao antes, para jugar en Jolaseta a hockey íbamos en tren desde Donostia y llegábamos a la oscura estación de Atxuri, luego cogíamos el otro tren que nos llevaba por la vía derecha hasta Algorta, en total cinco horas de viaje de ida y cinco horas de viaje de vuelta, algunas veces dormíamos en casas de jugadores del Club local, otras en pensiones de estudiantes que tenían habitaciones libres por el fin de semana -es de suponer que cambiaban las sábanas para acogernos -, a veces los mayores nos llevaban a dar una vuelta por la calle de Las Cortes antes de coger el tren de regreso. Esto del tour turístico por la “Palanca” se hacía incluso las pocas veces en que fuimos en autobús alquilado o apelotonados en varios coches, sin cinturón de seguridad y por la carretera de la costa, tres horas de viaje de ida y tres horas de viaje de vuelta.


Había estado en Bilbao antes, también para matricularme y buscar alojamiento, cuando llegué en octubre de 1966 para estudiar en la Comercial de Bernaola SJ y quedarme allí cinco cursos y salir con un resguardo de un título de derecho que se me mandaría unos años más tarde para colgarlo por ahí -mi relación sentimental y emocional con Bernaola SJ duró tres cursos así que no tengo el título de más fuste -.


Había estado en Bilbao antes pero no había vivido allí y, al llegar para quedarme, entonces descubrí el Athletic. En San Sebastián yo iba al fútbol los domingos a las 3 de la tarde, la iluminación artificial era un invento reciente, y al acabar el partido se acababa la Real, hasta el domingo siguiente en que nos enterábamos por “Goleada” del resultado, casi siempre malo fuera de casa, que había logrado el equipo. La Real se vivía la hora y media del domingo que duraba el encuentro y se olvidaba lo mismo que el color de la casulla del cura que había dicho la misa obligatoria -el color de la casulla era la pregunta que confirmaba a la abuela que habíamos ido a misa y no estábamos en pecado mortal-. En Bilbao, con el Athletic, no. En Bilbao, fue lo que descubrí, la semana, las veinticuatro horas de cada día de la semana, se vivía el Athletic, todo el mundo era forofogoitia, desde el ridículo perro del conserje con su collar rojiblanco hasta el propio malvado Bernaola SJ con su cenicero de escudo del Athletic en el que apagaba sus cigarrillos de tabaco egipcio mientras decidía sobre el porvenir de sus súbditos alumnos, pasando por las trabajadoras del sexo en sus tugurios ahumados de la Palanca y la Palanquilla que olvidaban su origen gallego o canario para jalear a sus leones con mayor entusiasmo que el que ponían en sacar algo de provecho de aquellos pardillos juveniles que les duraban un par de minutos en el catre del primer piso del portal de al lado.


La villa, el resto de la villa, se paraba durante el partido en San Mamés que se oía por la radio y, a veces, por la televisión, se paraba también cuando jugaba fuera, el resultado provocaba, ya entonces, la tristeza colectiva muchas veces pero esta depresión se convertía enseguida en una especie de cabreo animoso que tenía que conducir a una victoria en el siguiente partido, la tensión iba en aumento desde el mismo día siguiente, se olvidaba el partido y se planificaba la táctica que había aplicar con la alineación adecuada en un “brain storming” en el que se oían todas las voces de todos los habitantes, una cacofonía incomprensible para los seguidores del Orfeón Donostiarra. Me acuerdo de intentar explicárselo a mi amá, que me había llevado a Atocha en pañales y me había seguido llevando hasta que tuve edad de ir con mis amigos, y no alcanzar a describirle ese fervor constante y no le podía decir que la chica con la que me morreaba los domingos en la penumbra de un whisky -así se llamaban los establecimientos confortables de hostelería en Bilbao -, se volvía repentinamente fría si en la radio de la barra se anunciaba que Iribar había encajado un gol y se entregaba a una labor esforzada de lengua en mi campanilla si el locutor alababa una internada de Chechu Rojo y que, cuando la Real Sociedad le ganó al Athletic en Atocha, aquella criatura – de foto de página central de Play Boy -, se acordó de que tenía novio que estaba haciendo la mili en Madrid y se quedó preñada de él, supongo, casándose de penalty con toda lógica.


La verdad es que yo quería que el Athletic ganase la final de la Copa contra el Barça, aunque sabía que había cero probabilidades en mi fuero interno. Nunca me ha ofendido que en Donostia me reprochen que me alegre con los logros, escasos, de los leones y que me compadezca de los muchos sinsabores que logran para su ciudad, no sé si el Athletic es mi segundo equipo, pecado mortal de un realtzale, pero es mi equipo, lo que no fue mientras yo vivía en Bilbao y eso que ganó una Copa del Generalísimo (1) es mi equipo pero la Real Sociedad me dio ya alegrías ganando en el viejo San Mamés con mis ánimos en la grada antes (2) de que regresara a Donostia llevándome a una bilbainita, eso sí, una bilbainita que se fue demasiado pronto  de esta vida, pero eso es otra historia.


 Y el mundo de los negocios que es el fútbol no necesita al Athlétic, ninguno de los financieros que están montando, y montarán inevitablemente, el futuro del fútbol ha llamado a un despacho de Bilbao para proponerle entrar en el modelo de negocio que se conoce por Súper Liga ahora, lo harán más tarde, cuando las ciudades se disputen por ser sede de una franquicia de la competición televisiva que se nos viene a cualquier precio y entonces ¿Bilbao se va a quedar sin tener equipo en esa competición?

(1) En 1969 contra el Elche, sí Elche.

(2) Fue en la temporada 71-72, aunque acabé la carrera en 1971 me presenté al examen de grado en 1972 y me casé en la parroquia de Deusto en 1974.


No hay comentarios:

Publicar un comentario