Estaba alejado del fútbol. Esporádicamente me dejaba caer por Anoeta una vez por temporada y veía partidos trascendentales por la tele en algún bar, yo que eché los dientes de leche en Atocha con mi madre y que iba a ver hasta los partidos del Sanse con la cuadrilla hasta los diecisiete años, había perdido toda pasión por los colores blanquiazules que defendí desde los veintidós años hasta los veintiocho, pues jugué a hockey sobre hierba en la Real Sociedad seis temporadas, lo que me permitió seguir yendo al viejo campo con “pase de favor” hasta 1977, pero la verdad es que ya para entonces, el fútbol me interesaba menos que el rugby, el fútbol me aburría como tal -en realidad, me sigue aburriendo bastante -, y sufría lo mismo con la Real Sociedad oyendo la radio, leyendo el periódico o viendo por televisión a los sucesores de Arconada y demás, con los que se había muerto mi ya agonizante afición.
Seguí la transformación del Club en Sociedad Anónima Deportiva por interés jurídico - el vicio del Derecho Mercantil me picó en mis inicios profesionales, perversiones podemos tener todos -, y el proceso del concurso de acreedores lo viví desde la piel de algún acreedor desvalijado por el plan de salvación que se impuso a los débiles y a los contribuyentes guipuzcoanos con una desfachatez verdaderamente incomparable, plan hábilmente dirigido por una mente de la que conozco todas las facetas de su capacidad indudablemente dotada para realizar esta operación, tan buena para unos como dolorosa para otros. Pero, mientras nuestros balones acaben en la red del contrario más que los del contrario en nuestro arco, el pueblo aplaude contento.
Y llegó el confinamiento de marzo de 2020 que me obligó a compartir casa con un encantador anciano inválido pero con un abono a todo canal televisivo existente y no todo es volver a ver Casablanca, sino que empecé a ver los partidos de la Real Sociedad en el hogar, a ver todos, a recuperar viejas sensaciones infantiles, a oír la voz de mi amá que desde el más allá sigue llamando “shosho” a nuestro jugador y “vendido” al árbitro, a disfrutar del sabor del aguardiente de la juventud – mi madre no me dejaba ir a Atocha sin haber tomado un sorbo de “cordial” para que no me acatarrase durante el encuentro -, en resumen, a recuperar fantasmas que habían quedado en el armario de la memoria… ahora veo un partido de la Real Sociedad por cada veinte partidos de rugby que pueda ver por la televisión pero veo y sufro como cualquier otro con este equipo, mejor dicho, sufría como cualquier otro, hasta el sábado de gloria en que ganó la Copa, la copa del rey -espero que sea la copa del último rey de España en la historia de paso -, y, durante el tiempo que faltaba hasta el siguiente partido, dejé de sufrir.
Dos empates después, la vida sigue, el fútbol es un rollo, no soporto que los jugadores realistas también “hagan teatro” – mi madre diría “parecen maricas” pero esto es incorrecto en la actualidad -, el consejo de administración de la Real Sociedad es el mismo en su mismidad, el estadio es una costosa cáscara vacía mucho más vacía, y el marco incomparable sigue siendo comparable pero gana en la comparación como siempre, así que… al menos, y esto es irrepetible, hemos ganado la Copa de 2020 en 2021.
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