Leo por ahí que la egopatia es una conducta agresiva, violenta, que tiene como origen un fuerte egocentrismo que lleva al desprecio de los demás. Supongo que los siquiatras, algunos siquiatras, han llegado a esta definición por estudios científicos previos sobre casos clínicos. No siendo siquiatra, para mi el egópata o la egópata es un egocentrista que ignora la existencia del prójimo fuera de su órbita, todo existe por él o contra él - póngase en femenino cuando sea necesario -, requiere de súbditos o seguidores en vez de amigos y, sobre todo, requiere de enemigos que sean merecedores de serlo, sino los desprecia. El egópata, que conozco o he conocido, carece de empatía por las personas y solo el perro que le reconoce como su amo le suscita afecto, los egópatas que trato y he tratado tienen perro.
¿A qué viene esta disquisición? No puedo responderlo por ahora, es simplemente lo que llevo pensando desde hace tiempo sobre personas a las que he visto hacer daño a otros en el pasado, incluso yo he sido objeto, no víctima, de su conducta más o menos agresiva, y alguna de ellas sigue haciendo daño a su alrededor. Como un Don Quijote de la Mancha que tuviera mesnadas de seguidores, el egópata corre a enfrentarse a molinos de viento, proclamando que son gigantes y haciendo que esas mesnadas, más alucinadas que su líder, también sean perjudicadas por unas simples, duras e indiferentes aspas de molino que se mueven por otras fatigas, ignorando que alguien las ve como gigantescos enemigos.
La vida da lecciones, amargas lecciones muchas veces, una de ellas ha sido conocer la existencia de egópatas y su peligrosidad en las relaciones humanas, como conocí a sicópatas carismáticos y sus peligros en las relaciones económicas, ahora que se acerca el epílogo de mi biografía olvidada en un trastero húmedo puedo beber un vino a la salud de estos maestros, de estas maestras, que, sin querer, pasaron por alguna de las viñetas de la historieta.
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