Pasé
varias etapas madrileñas en mi infancia. Vivíamos en la calle Casado del
Alisal, junto a los Jerónimos y el Museo del Prado. También estaba cerca el
Museo del Ejército.
Visité
varias veces aquel museo militar de los vencedores en la gran guerra española
del siglo XX, tenía un atractivo morboso y sobrecogedor para mí. En algún sitio,
creo, había un cuadro grande y bastante naïf sobre los fusilamientos de
Paracuellos del Jarama, un espanto de cuadro, obra de encargo a todas luces, lo
recuerdo como algo a la vez malo pero buscando la minuciosidad de El Bosco y lo
siniestro de Goya.
También
me acuerdo de un comentario de un familiar del lado de los vencedores,
estábamos en los años 50 ó 60, sobre que el fusilamiento de presos en
Paracuellos había sido una decisión militar correcta pero que, como los rojos
habían perdido la guerra, los que la habían tomado eran unos criminales.
Entonces
no sabía quién era Carrillo pero Franco hizo matar a Julián Grimau y así conocí
a Fraga, yo era un niño lector de dos o tres periódicos diarios (La Voz, Diario
Vasco y Unidad). Y aquel señor que salió a justificar el fusilamiento de Grimau
me hizo sentir una atracción emocional hacia los comunistas, leía todo lo que
se relacionaba con el marxismo y que podía conseguir en Donostia –un jesuita
profesor de religión me facilitó varios libros prohibidos-.
Tengo
la nebulosa idea de que la atribución de los fusilamientos a Carrillo empezó
por entonces -también se atribuían atrocidades enormes a La Pasionaria-, coincidiendo
con las protestas internacionales por la ejecución de Grimau y el cambio en la
dirección del Partido Comunista con el nombramiento de Santiago Carrillo como
Secretario General. Y las relaciones públicas del Régimen las llevaba un
ministro chulesco, de pelo cortado al uno, con aires de matón falangista, un
repelente y rancio Manuel Fraga Iribarne.
Cuando
murió Fraga muchos recordamos que vino a ser un padre de la transición después
de haber hecho aquellos servicios sucios
al franquismo, que se lo agradeció repetidamente. Entre otras cosas lo puso de
reserva a la continuidad mediante un pactado nombramiento como Embajador del
Régimen dictatorial en Londres pero la jugada les salió un poco mal.
Ahora se ha muerto Carrillo y de la caverna
han salido los espíritus del Caudillo y sus seguidores, algunos conversos a la
tendencia y, por tanto excesivos,
agitando aquella acción absolutamente inhumana e injustificable de los
fusilamientos de Paracuellos para achacarla al finado Santiago en exclusiva.
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