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martes, 28 de marzo de 2017

EL PEREJIL

Ella salió a buscar perejil a casa de la vecina y nunca regresó, él siguió bebiendo. Los meses pasaron, las cosas de ella seguían por el piso, apenas se había llevado una maleta, él seguía bebiendo. Los años también pasaban, ella se debió de casar con alguien, él bebía. No habían tenido hijos en común, ni el piso ni la hipoteca siquiera, cada uno tenía sus hijos y sus mochilas de naufragios sentimentales anteriores, así que su ausencia repentina solo había dejado libros, discos, cuadros, muebles y la angustia de la soledad, y el alcohol, el alcohol más necesario que nunca para seguir vivo consigo mismo. Alguien le dijo que si le había pedido explicaciones por su huida, pensó en llamarle y reclamar unas razones, al fin y al cabo le había dado todo lo que ella parecía querer y no querer durante los años, bastantes como nueve o diez, en que convivieron pero se miraba en el espejo -conservado en alcohol, se decía con una sonrisa, porque la imagen externa seguía siendo muy atractiva-, y sabía que la explicación que no estuviera en el fondo de su propia alma no estaba en palabra alguna que pudiera expresarla. Se había ido porque no soportaba más la convivencia, el humor desequilibrado desde la mañana hasta la noche, el amor áspero a regañadientes siempre a destiempo, los accidentes que no tenían otra explicación más que el alcohol, las provocaciones a los amigos de ella, las opiniones desabridas sobre la familia y los hijos de ella, los comentarios no pedidos sobre su conducta personal … en la balanza su extrema bondad con ella, cierto cariño que permanecía, no era ya suficiente contrapeso para aquel lastre y, no había perejil en la cocina, ella se fue y no volvió.
Siguió bebiendo, sus amistades le veían como siempre,  pero él sabía que la bebida se iba acumulando en su interior, que ya no tenía salida de su cuerpo, que todo lo que entraba se quedaba para siempre.

La señora de la limpieza encontró el cadáver una mañana, era martes, en la radio de la mesilla el locutor explicaba el origen de una canción napolitana, lo estuvo observando un rato, estaba tan guapo y joven, conservado en alcohol, mientras sonaba en la voz de un tenor el funiculí funiculá  que tanto le gustaba y que ya no volvería a oír.   

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