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¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Y sin embargo, ni uno
de ellos caerá a tierra sin permitirlo el Padre -dijo el Espía
chasqueando la lengua mientras les servían los dos crianzas, la
barra del bar repleta de platos de pintxos no dejaba hueco apenas
para las copas-, y eso es lo que pasa en Gipuzkoa con Eguibar, se
puede decir que en Gipuzkoa ni un puto pájaro cae a tierra, sea un
solar urbanizable o no, sin que Eguibar lo permita.
El
Espía tenía la manía de confesarse con Galtzagorri cada dos o tres
semanas. Aunque juntos en el centro del trabajo, el Espía no le
hablaba a Galtzagorri durante la jornada laboral. Galtzagorri estaba
en una incómoda situación en la empresa, un verso suelto que no
encajaba y la situación de mobbing le había llevado a tener que
inventarse tareas cada día para no aburrirse durante la jornada
laboral. Y el Espía era una especie de responsable de Politburó
soviético en la empresa, se había hecho con el poder y no lo
soltaba, como Stalin solo la muerte podría hacerle abandonar la
jefatura, controlaba la información sobre los demás miembros tanto
sobre sus vidas profesionales como sobre sus vidas personales, sobre
todo sobre sus actividades sexuales. Galtzagorri, solía decir el
Espía a sus hombres de confianza, era para él como un furúnculo en
los testículos y por eso era objeto de un especial y silencioso
seguimiento, sin embargo, periódicamente el Espía atrapaba a
Galtzagorri al acabar la jornada laboral y le adoctrinaba sobre vidas
ajenas, siempre personas importantes de la vida donostiarra o
guipuzcoana, de las que el Espía controlaba, con una memoria
prodigiosa, también toda la información imaginable y no imaginable
sobre sus vidas o le relataba historias increíbles, increíbles para
Galtzagorri, de sexo y delitos de esos mismos personajes guipuzcoanos
con los que el Espía compartía protagonismo en aquellas aburridas y
pornográficas novelas.
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Eguibar es el hombre del gatito en el regazo, como en las películas
de James Bond el jefe supremo de SPECTRA, el que está detrás de
todos los planes para dominar el mundo y al que solo se le vé la
mano que acaricia un gatito blanco -el Espía pagó las
consumiciones, nunca dejaba pagar a Galtzagorri, y ambos salieron a
las calles del barrio de Gros-, pero esa mano es la que decide qué
pájaro vuela a esa rama del árbol, qué pájaro a esa otra rama,
qué pájaro come alpiste, qué pájaro se deja caer al suelo… si
no lo quieres entender, estás más perdido en Litzarza que un vasco
borracho en una calle de Pekín.
Galtzagorri
callaba, no había forma de interrumpir aquella verborrea, pensaba en
la cena que tenía que preparar para una visita femenina en su
apartamento, y a su encéfalo solo llegaban ecos de cuentos de
Bocaccio protagonizados por pijos, en todos los sentidos del término,
que se creían la “créme de la créme” del balneario hecho
capital guipuzcoana.
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