Compré « Patria »
la novela de F. Aramburu hace más de un año. El libro ha estado en
la mesilla todo este tiempo, no se abría, otros libros han ido
pasando, sobre todo de teatro y de interpretación “Un día de
éstos lo empiezo” pero la portada, que me recordaba el asesinato de
José Luis López Lacalle en Andoain, se había convertido en una
barrera.
Participar como figurante en la película “El hijo del
acordeonista” que tiene algo que ver con la novela de B. Atxaga me
hizo pensar que a lo mejor era el momento de empezar con “Patria”
pero no, compré la traducción al francés “Le fils de
l’accordéoniste” y me la leí en una semana, la acabé
coincidiendo con la llegada del Tour de France a los Pirineos.
Y, una
vez más, me encontré explicando a los amigos franceses lo que iba a
ser la etapa contrareloj entre Sanpere y Ezpeleta, la presencia
organizada de miles de seguidores de las asociaciones abertzales del
otro lado de la muga, del sur del Bidasoa, en el recorrido, cómo se
planificaba quiénes iban a venir y a cuántos tenían que arrastrar,
qué pancartas, banderas y banderolas se iban a exhibir, dónde se
iban a colocar en función de la retransmisión y que no se
preocupasen que no iba a haber incidentes, que tocaba mostrar el
aspecto de lucha respetuosa del pueblo mártir ante el mundo
exterior… Estaba seguro que el día de la etapa era el día ideal
para darse una vuelta por Obaba, Eibain o Hernieta y tomar un
aperitivo tranquilo, en un pueblo vacío de militantes, quizá fuera
difícil encontrar una taberna abierta, alguna habría dónde
hacerlo, pero tampoco fui a comprobarlo.
Vi la retransmisión con curiosidad,
con más interés en los avances de la bioquímica deportiva al
servicio del márketing que en la exhibición propagandística que el
mando etarroide del aparato de comunicación y relaciones públicas
había montado, quizá un poco
menos insoportable de lo que yo había previsto.
Y cuando los
paramilitares regresaron a los pueblos y barrios que ocupan por las
tierras vascas, empecé la lectura de “Patria”, los breves
capítulos van pasando, las tripas lo resisten y mi memoria histórica
también, ahora tengo que terminarlo, poniendo las imágenes vividas
entre las líneas escritas, muy bien escritas, así que, cuando
descanso de la lectura, el libro sigue vivo, como preguntándose cómo pudimos resistir tú y yo aquel tiempo, cómo podemos vivir aquí y
ahora.
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