Estoy en una edad en la que el futuro me preocupa poco personalmente, miro con preocupación el futuro por los que se van a quedar después, viuda, hijos, nietas… pero tampoco mucho, no está en mis manos hacer mucho. Solo que de vez en cuando escribo pensando en esa posteridad, no sé por qué, será ese afán de trascender, de eternidad que quizá todo mortal lleva.
La tecnología, incluso la biotecnología, no me asusta para ese futuro de los otros, me asustan más otros elementos que existen desde que el hombre se puso sobre dos pies: el mono social. Ese simio agrupado en torno a identidades, que distingue el nosotros de los foráneos, que está orgulloso de su madriguera a la que considera la mejor del mundo , que la enseña pero que la defiende de quienes siquiera la atacan incluso, que llega a la agresión del otro, a la destrucción del que le señalan como enemigo exterior a su identidad.
Ese mono que es masa de monos que sigue líderes que le lanzan imágenes más que ideas, que se alimenta de emociones positivas sobre lo tribal y negativas sobre sus vecinos más próximos, emociones inventadas e inoculadas por esos mismos líderes que buscan asegurarse su liderazgo sobre esa masa con esas herramientas.
Me asusta esa perversión de la democracia que nos envuelve donde la elección, imperfecta como todas las elecciones de la vida, es entre opciones pésimas y donde la ley solo se aplica cuando favorece a los cleptócratas y se infringe por quienes alcanzaron su puesto en la jerarquía social en virtud de la misma ley.
Las identidades, que se juzgan excluyentes por intereses egoístas de los dirigentes de cada grupo, son las armas de destrucción de los ciudadanos, de sus derechos individuales. Todo se sacrifica por el pueblo y el pueblo,- los pueblos en realidad -, se encamina con paso firme hacia el abismo.
No se puede hacer nada, somos producto de una historia que ha sucedido, hubo guerras, invasiones, migraciones, genocidios, acuerdos, tratados, traiciones, mentiras… reescribir lo escrito puede justificar cualquier cosa, se puede deshacer fronteras o crear nuevas, se puede llevar la identidad a la totalidad de la sociedad hasta anquilosarla dentro de determinados confines, pero quizá se podría construir a partir del respeto a la diferencia, a la libertad de otro, a la búsqueda de la igualdad inalcanzable para todos y me temo que no se va por aquí, que el pasado no nos ha enseñado nada.
Es posible que el pasado no nos ha enseñado nada porque el conflicto y el sufrimiento es lo que genéticamente está grabado en esta especie de monos y es consustancial a nuestra existencia, mientras existamos, en este mundo material.
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