Francisco Franco and Dwight D. Eisenhower in Madrid in 1959. (Photo credit: Wikipedia) |
Los sindicatos de trabajadores –en realidad no hay
otros-, están sufriendo una verdadera lluvia de ataques por todos los lados,
incluyendo el lado de los trabajadores. Esta constatación debe llevar a una
reflexión dentro del sindicalismo, de lo que nos dicen y hacen nuestros
adversarios se aprende mucho más que de los amigos, sobre su esencia y su
función en este inacabable capitalismo tanto en la crisis como después, cuando
los dioses de las finanzas nos hagan ver el espejismo de las vacas gordas.
Sin sindicatos de clase no hubiera habido derecho
laboral ni seguridad social, esto es, el estado de bienestar hubiera sido solo el
de un 1% de la población tanto en España como en el resto de Europa, a
semejanza de lo que pueda haber habido en el resto del mundo “occidental” y “adosado”.
Han sido una herramienta que mediante conflictos y negociaciones han ido
obteniendo para las clases populares esos colchones de derechos laborales y
sociales que desde el S. XIX hasta ayer han caracterizado nuestras sociedades.
En España se atribuye al franquismo, hasta hace poco
solo por la derecha, el establecimiento de ese sistema de protección que ahora
se está desmontando. Esos modernos nostálgicos de Franco -que no era tonto del todo, claro-, olvidan
que su aparato terrorista además de una represión generalizada realizó durante
sus cuatro décadas una represión selectiva de dirigentes “obreros” y para
evitar, entre otras cosas, el real alzamiento popular concedió verdaderos
avances sociales que la coartada de la ideología totalitaria falangista
amparaba. Sobre el efecto anestésico de las instituciones franquistas en la
sociedad española podríamos extendernos bastante.
Los sindicatos de trabajadores –como, por cierto, nuestras
cooperativas-, parecen haber confundido demasiadas
veces adaptarse a las circunstancias con
prostituirse. Es fácil hacerles críticas
negativas con generalidades pero en ese mundo sindical hay quien conserva las referencias, que no olvida, con
independencia del origen de cada organización concreta, que el sindicato se debe a sus miembros que siguen
teniendo intereses propios contrapuestos con los de los empresarios. Por ello,
la implicación de los trabajadores en la empresa requiere que empresa y
sindicato o sindicato y empresa se encajen cuanto antes como dos engranajes que
trabajan en una dirección común girando en sentidos inversos ¿Es este el tiempo
de hacerlo?
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