Orquesta Sinfónica de Euskadi-Coral Andra Mari (Photo credit: Quincena Musical) |
-He
oído esta mañana en la radio una historia de un oboísta que murió de sida con
37 años de edad hace un tiempo –le comento a mi amigo Jon Galtzagorri mientras
preparamos las kokotxas en la sociedad-. Supongo que eso son historias de hace
25 ó 30 años y que ahora ya no pasan.
- Por
una crisis personal tuve una temporada de “patrullero nocturno” –me dice
Galtzagorri, majando los ajos-, y en esta ciudad si sales dos noches conoces a
todos los vampiros y vampiras que están en nómina. Eso era hace más de 30 años
o así. Y no era difícil compartir sábana con algún refuerzo sinfónico de “gure
orkrestra”, había alguna europea que necesitaba, como yo, salir del tedio
donostiarra que le había caído encima.
- No
eches tanto ajo, que luego no hay quien se nos acerque –le corté cuando ya la
cebolla se empezaba a dorarse-, ni europea ni jurídica ni pianista…
- Pero
eso es más por la edad que por el ajo. Lo que yo te quería decir que las chicas
eran de una imprudencia tremenda, que me miraban raro cuando yo me preservaba y
que me decían que confiaban en un tipo tan limpio como yo. El que no se fiaba era yo ¡Vete tú a saber
quién había jugado a la guerra de almohadas con ella antes!
- Hubo
una temporada de cierta promiscuidad, años en los que nadábamos muchos largos
en piscinas de gin-tonics pero ahora el hígado tiene tantas muescas que tenemos
que hacer vida sana.
- Lo
que te quiero decir –acaba Galtzagorri, meneando la cazuela de kokotxas y
sumando la guindilla-, es que yo también ahora me levanto por la mañana oyendo “Todas
las mañanas del mundo” y, a veces me imagino, que esos acordes que
suenan en la radio los pone una rubia instrumentista surgida del frío oriental…
- O su
hija, colega, o su hija o su nieta. Vamos a la mesa ¡Que esto se enfría!
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