Spanish Socialist Workers' Party logo (Photo credit: Wikipedia) |
Hacía 10 años que no pasaba de la barra de la sede de un
partido político. Y ayer entré un poco más adentro. La sensación de “déjà vu”,
de rebobinado a blanco y negro, se me hizo insoportable.
Admiro a las gentes que creen en el asociacionismo político,
en la unión de personas para mejorar o transformar la “polis”, que militan sus
ideas dentro de estructuras humanas que hace tiempo que vinieron a ser ruinas
sociales y que conservan la esperanza de aprovechar esos juegos de relaciones,
intereses y egos para el progreso de “la ciudad” de la civilización.
Ciudadanos de otra madera que la mía y que se refieren a su
Partido como si fuera su Casa -en el sentido familiar de casa entre nosotros-,
a la que aportan su esfuerzo para lograr que cumpla unos principios
fundacionales, siempre traicionados por la coyuntura y el oportunismo de los
dirigentes, al servicio de la sociedad para la que sus ingenuos fundadores lo
crearon.
¡Qué cansada es la revolución permanente! Esos militantes de
la utopía y de la ucronía puede que acaben en una escisión (Tanto la dirigencia
del PSOE como del PS francés están exigiendo a gritos una escisión de forma evidente)
y que vuelvan a iniciar la senda de la refundación con las ilusiones y peligros
que conlleva pero verlos como hámsters en su rueda, sin los carrillos llenos
del aparato, resulta ciertamente angustioso.
Mientras el sueño de Podemos camina a convertirse en
pesadilla: La asamblea para quien se la trabaja. No hay mucho nuevo bajo el
sol.
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