Lo serio es ser serio y dimitir. Esta mañana, ante el espejo,
el suicida de Barcelona y el Troll de la Moncloa deben mirarse a los ojos y
afeitarse el cuello político de una vez. Es lo que deben pero no harán. Uno se
empeña en confundir Barcelona con Castellfollit de la Roca y el otro en
confundir esa capital europea con el Poble Espanyol. El futuro está aquí y solo
tenemos cagoners para recibirlo.
Es descorazonadora la frivolidad con la que se ha abordado
el problema del desafecto por España, que en Cataluña llega ya a la mitad del
censo electoral, por parte de quienes hemos ido poniendo con nuestros votos al
frente de las instituciones del Estado. Desde esta Corte de Sabino en que se ha
convertido la Vasconia ancestral hemos observado el proceso catalán que nos
coge tan lejos como tan cerca y lo hemos aprovechado y lo aprovecharemos para
maquillar las arrugas de nuestras posiciones. Pero el problema común que
tenemos todos los ciudadanos de España, que nos sabemos españoles aunque no nos
guste el concepto de serlo, se llama tópicamente “Madrid”.
Madrid es una estrella lejana que aduce a cuantos llegan a
ella desde el resto de España para manejar las palancas del poder. La vida en Madrid
transforma la biología de los servidores del Estado en la Villa y Corte que viven
y se alimentan de la atmósfera madrileña y de los alimentos intelectuales
madrileños, aislándose de la realidad que viven la inmensa mayoría de los
españoles y esto deja en la periferia a toda esa turbamulta de cabecillas que quieren
también montar su propio reino, su pequeño país, con todas las facetas madrileñas
de corruptelas y corrupciones revestidas de folklore.
España, la tarea es inmensa pero los trabajadores son pocos,
mal avenidos y poco trabajadores. El batacazo catalán nos lo hemos pegado, una
vez más, los ciudadanos. No hay razones para el optimismo.
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