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sábado, 3 de septiembre de 2016

LAS VÍCTIMAS DE HACE 80 AÑOS


Estos días llegan por las redes las incansables olas de la memoria de las víctimas de 1936, las tripas de unos y otros se nos revuelven, a unos porque quisiéramos que de una vez se hiciera innecesario tener que volver sobre un tema que se debió resolver hace tiempo con un poco de voluntad política, pero no se ha querido buscar a los desaparecidos y reparar mínimamente a los descendientes y sucesores de quienes fueron ejecutados después de la victoriosa insurrección armada de la derecha española y a otros se les revuelven porque han dado por bueno el régimen, al que dio su apellido el mandatario de las derechas, Franco y desean hacernos tragar que el paso del tiempo ha borrado el crimen y que los pétreos recuerdos de aquel espanto que ensombrecen el paisaje ya forman parte inmutable de éste.
La Iglesia Católica, coautora de la matanza, no ha hecho ni está haciendo, como institución, siquiera algo por lavar su imagen cara al pueblo, parece seguir empeñada en hacer del anticlericalismo una de las señas de identidad de la izquierda y se esfuerza en sepultar el trabajo de sus pocos miembros que durante tantos años han intentando hacer compatible el catolicismo y la justicia.
Han sido terribles las imágenes de los últimos cuerpos desenterrados de los asesinados en aquellos años de matanzas que duraron años, a diferencia de su análogo precedente histórico la más breve matanza de San Bartolomé, cuando los católicos incitados por sus clérigos asesinaron a miles de hugonotes, masacre terrible que duró apenas unos días. Lo más terrible es la repetición una y otra vez de los terrorismos, de las víctimas vejadas, del sinsentido de la sangre y de la violencia y, quizá sobre todo, de las explicaciones idénticas, de que los muertos o sus parientes o sus correligionarios también habían asesinado, masacrado etc.
Y la ignorancia de muchos que nos golpea, la inconmensurable ignorancia de la gente sobre esas negras historias que han ido conformando nuestra situación actual, esa ignorancia propiciada por la educación sectaria, de todas las sectas ideológicas, que los poderes han impuesto sin oposición. Esa ignorancia que lleva a juzgar superficialmente que todos eran iguales, que todos son iguales.


Nadie va a resucitar a los muertos pero son los vivos los que reclaman que les dejen un mínimo de dignidad en su luto heredado.

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