El bar es ancho,
posiblemente diez metros de fachada, el bar es largo, quizá veinte
metros de profundidad, al fondo una cristalera conforma una especie
de pequeño reservado que no reserva nada y en la que hay mesas
desproporcionadas a su tamaño que apenas dejan sitio para los
comensales. Algunos de éstos, de la edad de empezar a a ser abuelos,
comen bocadillos de tortillas de todo, tortillas aceitosas en panes
crujientes, botellas de vino y sidra, vasos, algún plato, algún
cuchillo, migas, huevo, servilletas… decoran las superficies en las
que se acomodan la mayoría mientras solo uno habla.
- Es lo que hay:
Mariano, Pedro, Albert, Pablo, Iñigo, Arnaldo… no hay otra cosa.
Es lamentable para una comunidad de vecinos y es lo que hay para
liderar un país mediocre. Son la Corte de los Austrias, la Corte de
los Borbones, la Corte de las Españas y parece que unos llevan
siendo validos, validos mediocres, del partido de los mediocres por
lo menos desde que el Conde Duque de Olivares fundó el PP -quizá no
fue Olivares, quizá fue el Duque y Cardenal de Lerma “Para no
morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se vistió de colorado”
o quizá fue antes-. Otros traicionaron los objetivos de su partido
obrero desde que tocaron poder y nunca han vuelto a regenerarse.
Otros mean rojigualdo sobre la rojigualda senyera desde la cuna,
siempre cara al sol y con camisa nueva. Los hay que se han fogueado
en las luchas intestinas de las familias mafiosas de la peor
universidad del mundo mundial y han predicado con el ejemplo de sus
vidas financieras nada ejemplares antes de poder echar mano a
nuestras carteras. En el pequeño país está el que nunca ha roto un
plato por un lado, con sus genes con txapela y su ambición de
construir identidad vasca mediando una discreta comisión, y, por el
otro lado, quien hizo sangrar de miedo a sus conciudadanos, asistido
del mejor cerebro jurídico del estado, siempre al servicio del mal,
pero que dejó pasar un plazo para recurrir.
- ¿Por qué no te
presentas tú y subes el nivel? -El que primero ha acabado su
bocadillo, después de beber un vaso de sidra y limpiarse los restos
de comida en la dentadura con los dedos, dice-.
El compelido se yergue pero sin levantarse y, con cierta absurda solemnidad, sigue perorando:
- Porque yo nací
mediocre, pero mediocre consciente, nunca se me apareció en sueños
la madre de dios para mandarme a la misión de salvar las patrias. Yo
he optado por amar al próximo y por aproximar al ser amado, mi
patria tiene por fronteras las cuatro esquinas de mi cama, de nuestra
cama -esto lo dice mirando con ojos acuosos a una mujer que desborda
con su cuerpo la banqueta y que está deglutiendo con ferocidad la
última punta de una brillante hogaza-.
Pero ella no le ha
oído, está concentrada en alcanzar la botella de crianza que está
siendo monopolizada por la otra esquina de la mesa.
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