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viernes, 2 de septiembre de 2016

OTORRINO

Después de la experiencia de estar sordo total de un oído y notablemente sordo del otro, una vez recuperado este sentido tan importante por un tratamiento francés de choque, esnifando cortisona y antibióticos hasta dejarme los músculos de algodón en copos, he pasado una revisión con un especialista donostiarra. El otorrinolaringólogo me ha tranquilizado estoy casi igual de sordo que antes del incidente bacteriano: sigo sin oír agudos, esto es, me pierdo voces de mujer en general, violines -por eso la Orquesta de Euskadi me parece que ha mejorado tanto quizá-, y en los bares no entiendo nada de las charlas. Hay la opción de ponerme aparato y sumergirme para siempre en el mundo del altavoz junto al tímpano pero me resisto por ahora, la imagen de mi padre con sus aparatos me persigue aún.
Lo de no oír a las señoras es una pega con tantas juezas que hay en 
las salas de justicia, me obliga a dirigirme a ellas educadamente y a pedirles que vocalicen, lo que demasiadas veces es inútil porque algunas dejaron, además de la más mínima urbanidad, su humanidad enterrada en las oposiciones que sacaron para obtener una silla tapizada eterna bajo su culo pero esto no es correcto decirlo, así que no lo digo, lo escribo (Leer es un esfuerzo enorme para mucha gente y entender, entender, es algo imposible).
Hace años tenía una novia, o algo así, que se enfadaba mucho cuando yo no le entendía a la primera lo que ella decía y se lo hacía repetir, cuando lo dejamos la otorrinolaringóloga a la que entonces yo iba, una excelente doctora donostiarra, me explicó lo de la sordera tonal, esa sensación de retraso en la audición de las voces femeninas que tan incómoda es en la vida de pareja, después de hacer constar que no se ha oído, este tipo de sordo muchas veces responde correctamente, cuando ya todos los sonidos se le han ordenado en el cerebro, consecuencia: “No oyes porque no quieres oír”. La siguiente relación me acompañó a la consulta porque creía que yo le estaba tomando el pelo y nunca le perdonó a aquella santa mujer del hospital que me brindara tal coartada para mis crímenes de desatención -a mi no me perdonaba mi libertad interior así que la tuve que exteriorizar huyendo-.


En resumen: si te miro a los labios es porque te quiero entender además.

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