En la terraza del
bar de la plaça de la Esglesia, Mark Roses, barba pelirroja con
mechas blancas y pelo blanco con mechas rojizas, exhaló una
tufarrada de tabaco de pipa que formó una nube espesa desde Maldá
(Lleida) hasta Castelfollit de la Roca (Girona), nos sirvió un par
más de copas del vino espeso que nos había traído una sonriente
muchacha con una samarreta con la estelada consiguiente y prosiguió
su discurso con ese acento catalán de Leicester que tanto nos ha
hecho reír siempre:
- La irracionalidad
más grande es ignorar toda la emoción que hay en el proceso hacia
la independencia. Inevitablemente fracasan los historiadores, los
profesores de derecho constitucional, los catedráticos en derecho
internacional público y todos los expertos, tanto catalanes como no,
que están empeñados en explicar a los independentistas catalanes
que lo que ellos denominan Catalunya tiene un derecho de
autodeterminación similar al de la comunidad de propietarios de la
calle Balmes n.º 13.
La historia o el
derecho tienen poco que ver en el sentimiento separatista enraizado
en una parte, quizá la mitad más o menos, del electorado de la
Cataluña del sur de la frontera. La historia y el derecho son muy
difíciles de usar objetivamente y sin prejuicios, siempre han estado
al servicio de los vencedores y para vencer tiene que haber una lucha
previa.
No es una ocurrencia
de políticos profesionales aferrados al poder trincante esto de la
independencia catalana, aunque corta, la historia del separatismo
catalán es intensa y compleja y tiene los suficientes componentes de
traiciones, martirios, cobardías y heroísmo como para pasar en el
imaginario popular por una guerra de más de cien años, así que la
lucha previa está ahí, con el suficiente grado de violencia social
por ahora -los muertos no están aún pero se les espera-.
Cataluña tiene un
problema, Catalunya. Es evidente la división en bandos de la
sociedad catalana y no la ocultan todos esos trapos de colores, tan
rojigualdos todos, que parecen proclamar la victoria en marketing de
la parte independentista y esa división es un síntoma de
inestabilidad, inestabilidad en el tiempo.
Los líderes del
proceso creen en la independencia que pintan tanto como el Papa de
Roma cree en Dios de la barba y el triangulito, pero sus seguidores
militantes sienten que España no es su patria ni nunca lo ha sido y
no van a aceptar una nueva sinvergonzería de los patriotas del 3%,
así que quienes quieran solucionar el problema, si pueden, tienen
que deshacer el nudo gordiano de darles a esos ciudadanos cabreados
una victoria anticipada y hacer que los catalanes silenciosos no se
sientan más derrotados, siendo catalanes y españoles también,
todavía más derrotados de lo que se sienten ahora, porque además
todos los catalanes tienen en común con el resto de los españoles
que no les gusta España por lo general y por lo especial… así que
o pierden el culo por hacer gestos que arrastren a las masas o que
vayan parcelando el suelo para hacer tantas patrias como vecinos...
En la plaça de la
Esglesia los rayos del sol que se acostaba no conseguían dorar la
gris fachada del edificio religioso, habíamos comido fuet como si no
hubiera un mañana de colesterol y bebido en proporción el vino
tinto, negro como los ojos negros de aquella barcelonesa nacida en el
68, pero yo había tomado notas mentales de las divagaciones del
inglés y miraba mientras las cotizaciones de la Bolsa en el
smartphone.
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