JOHNNY HALLYDAY
En aquella Donostia
de shirimiri permanente, durante el estado de excepción verdadero y
eterno, cuando el acné nos anunciaba que las reprimidas hormonas
querían llevarnos a la normalidad de nuestra generación y las
vecinas rellenaban con bolas de papel sus sostenes de uniformes de
monja, desde la tienda de discos de Hendaya traíamos los microsurcos
a 45 rpm para los guateques del domingo y el twist hacía funciones
de calentamiento para los slows en que podíamos olfatearnos nuestras
mutuas frustraciones. Luego Salut les Copains nos empezó a traer las
letras que musitábamos traducidas a los oídos de aquellas musas que
nos visitaban en verano, incluso llegó a actuar en una Gala de los
lunes del tenis, los posters con chinchetas en las paredes para
desesperación de nuestras madres nos incitaban a prohibidas
imitaciones y nos fuimos haciendo mayores y él estaba allí, sudando
como siempre, sacando éxitos de sus transformaciones sucesivas,
referencia francesa de nuestra educación, placeres nostálgicos de
la radio del coche, sus películas no eran tan malas, para nosotros,
como decían los críticos.
Johnny ha muerto y
una era ha muerto: Let’s twist again!!!
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