Ayer me acordaba de las manifestaciones de “Gesto por la paz”.
Durante años, ante cada acto de barbarie que sufríamos los vascos, unos pocos,
demasiados pocos siempre, nos manifestábamos en determinados puntos de nuestras
ciudades, nos manifestábamos contra asesinos que eran de los nuestros, gu eta
gutarrok.
No es que compartiéramos todos los presentes esa concepción mítica
del pueblo vasco que ha justificado los asesinatos ideológicos de ETA contra
personas armadas únicamente de su pensamiento, de ese pensamiento que nos hace
identificarnos con otro pueblo vasco, también con su propia identidad, con su
propia lengua, con su propio territorio, con su propia voluntad de vivir juntos
pero con voluntad de vivir también junto a otros pueblos dentro de otros
horizontes también identitarios comunes, los actuales estados.
También había, todavía más escasos entre aquellos
manifestantes, quienes pensaban en nacionalismo, en separatismo, pero que
creían y creen que ese es un proceso verdaderamente de convicción y no de
imposición.
Es más fácil manifestarse contra “los otros” y por eso miro
con curiosidad a los islamistas que desde sus convicciones se están
manifestando, con la inutilidad de todas las manifestaciones para quienes
empuñan las armas, en protesta por esos muertos, mártires del pensamiento, que
otros islamistas han causado.
Sobre todo cuando se les ve con todos los símbolos exteriores
de la intolerancia que su religión conlleva esencialmente –por cada sura del
Corán humanista hay 100 ferozmente impositivas-, y que hemos tolerado.
Todo esto me genera dudas, examino lo que se ha logrado en
mi vecindad con la tolerancia social con los intolerantes, gu eta gutarrok, y
me siento inquieto, escéptico, pesimista.
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