Cuando María de Médicis asumió la Regencia –después del
asesinato jesuita de Henri IV-, Concini pasó a ser su favorito; compró el
marquesado de Ancre y se hizo nombrar primer gentilhombre de la cámara,
intendente de la mansión de la reina, gobernador de Péronne, Roye y Montdidier,
antes de ser, finalmente, elevado a la dignidad de Mariscal de Francia en 1613.
El rey niño, Luis XIII, ayudado por su maestro halconero, Luynes, y de algunos
fieles, le hizo asesinar por el barón de Vitry, Nicolás de L’Hospital,
capitán de la guardia de corps, el 24 de abril de 1617, en el patio del Louvre,
cuando entraba a sus funciones en el Palacio. Sus asesinos pasaron a ocupar
puestos destacados en el séquito de chupones del rey que así se independizó del
caprichoso poder de su madre.
La Corte de Sabino no es la Corte de Francia en aquellos tiempos,
pero más o menos en toda Corte la coherencia sobra y la conjura es lo que mueve
el cambiante poder, se entra bravo y sonriente por la puerta de la sala del
trono y se acaba defenestrado sobre el estiércol de la cuadra o apuntillado
como un toro de lidia, es la vida, es el poder, es la corte, es la mierda…
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