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martes, 25 de diciembre de 2018

BECARIAS (FICCIÓN)

Cuando se anda en torno al medio siglo de edad la rutina diaria es un río que te lleva por la vida sin necesidad de tomar continuamente decisiones. Por costumbre, después de comer me quedo dormido delante de la televisión hasta que empiezan las noticias, veo los titulares y me voy a trabajar. Aquella tarde, al despertarme, mi mujer me pasó una bolsa de viaje y me dijo:
- Esta noche no duermes aquí, ha llamado “el gerente” y ha dicho que os tenéis que ir de viaje a un acto en la Cámara de Comercio en Pau y que luego tenéis cena y otra reunión por la mañana y no sé qué más…
Lo de gerente es el calificativo que mi esposa le da a mi socio, y todo aquello sonaba a un embuste del mismo para alguna de sus embarcadas, así que cogí el libro que estaba leyendo aquellos días “El Proceso Estratégico, Conceptos, Contextos y Casos” de Henry Mintzberg junto a la bolsa,  llegué a la oficina y, sin tiempo para explicaciones, el colega me llevó a un taxi que nos esperaba frente al portal. Solo dentro del taxi me hizo un breve esquema de lo que me esperaba.
- Había quedado hoy para irme de excursión con el amigo Ignacio y un par de estudiantes a las que íbamos a ayudar económicamente, pero se ha muerto su suegro, y como tengo todo organizado -me metió en el bolsillo de la chaqueta una caja de condones-, y no tienes nada importante en la agenda ni para hoy ni para mañana, te vienes conmigo.
- ¿Y tu coche? - El coche del socio es un deportivo colorado de esos que, según los antropólogos, el mono desnudo usa como sustituto del pene para atraer a las hembras -.
- Ahora lo recogemos, tranquilo.
El taxi nos dejó a la puerta de un hotel en el barrio de Aiete y, cuando nos disponíamos a entrar, llegó el coche deportivo junto a nosotros. Lo conducía una veinteañera guapísima y muy elegante, junto a ella, otra chica, poco más joven, de similar apariencia externa, la conductora pasó a los asientos de atrás después de entregar las llaves y de las simpáticas presentaciones. Ambas se llamaban Idoia, así que a partir de aquel momento pasaron a ser Idoia I o senior e Idoia II o junior para evitar confusiones. En la parte de atrás del coche no cabe un vasco de tipo normal y, aunque yo soy del tipo guipuzcoano pequeño, Idoia I y yo estábamos estrechamente unidos desde el principio, lo que era bastante agradable porque además su perfume me abrigaba muy confortablemente.
El viaje a Dax – porque era a Dax a donde íbamos -, se pasó rápido, mi socio estaba inspirado y relataba historias locas, algunas conmigo como protagonista, que, por imposibles, nos hacían reír sinceramente a los cuatro. Mi compañera de asiento me contaba trazos de su vida de niña navarra de familia numerosa, venida a estudiar a Donostia, último año de carrera universitaria, mañana es el Santo Patrón de la Universidad, la otra Idoia tiene que hacer un trabajo sobre los aspectos turísticos de Dax etc Cuando yo tenía que corresponderle con mis datos biográficos, le contaba la vida de mi primo Jorge, que me la conozco bien y es más interesante que la mía, además nunca cuento mi vida a desconocidas.  De vez en cuando me despeinaba el flequillo y me decía sonriendo que le recordaba a su profesor de Derecho del Trabajo.
Paramos en nuestra meta, un hotel que fue moderno entre las dos guerras del siglo XX pero que se conservaba espléndidamente, de hecho se llama Le Splendide, alguien se encargó del coche y de los equipajes. La suite, allí me enteré que íbamos a compartir una suite como consecuencia de la oferta a la que se había acogido el organizador de la excursión, tenía vistas al río Adour y, contemplándolas desde la terraza, me puse detrás de Idoia I y empecé unas maniobras manuales hacia sus senos – no puedo resistir unas tetas a corta distancia y en el coche las tenía más cerca de mi cuello que de mis manos -, pero ella me dijo:
- Dile a éste que se espere – y me tamborileó con sus dedos en la erección -, que las tiendas aquí cierran pronto y ahora toca shopping, que no fucking.
Nos fuimos de tiendas, hay un par de boutiques chics de modistas y de prêt à porter en Dax, en las que las chicas encontraron unos trapitos a precios imbatibles y que mi socio pagó en efectivo sin que las encargadas se sorprendieran en absoluto, a pesar del importe de las facturas. Nuestras acompañantes se lo estaban pasando muy bien por las muestras expresivas de afecto que nos prodigaban. No creo que en las tiendas pensaran que éramos los tíos ricos que han sacado de paseo a sus sobrinas. Aproveché para comprar cuadernos de dibujo Moleskin y Calepino para mi mujer, a la que quiero mucho y  siempre le traigo algo de arte de mis viajes.
Luego fuimos a tomar una copa para recuperarnos y regresamos para cenar al hotel, besándonos y acariciándonos un poco confusamente – creo que llegué a besarle a mi socio en la boca y con lengua -,  llegamos  cuando los últimos ancianos abandonaban el restaurante, sin embargo, nos atendieron sin problemas.
Después de una cena de vinos excelentes y de bellas decoraciones en platos con exigua alimentación, aunque las chicas querían salir a tomar algo fuera, la obscuridad de la noche y la ausencia de vida humana por las calles de alrededor les convenció de que el bar del hotel no estaba nada mal con su ambiente “art deco”.
Mi entrepierna, con su vida independiente, me recordaba con frecuencia a qué habíamos venido a Dax, así que como las chicas tenían que levantarse bastante pronto para hacer la búsqueda de los datos para el trabajo de Idoia II, no había excusas para demorarse en aquellos gintonics.
A la hora de acostarnos en la suite, nos había tocado el dormitorio en el sorteo a Idoia senior y a mi, mientras que los otros tenían más espacio en el salón de la suite, en una cama grande pero ligeramente más estrecha, yo, lavados los dientes, los preservativos sobre la mesilla, acicalado, desnudo y preparado para la acción, esperé que ella saliese del cuarto de baño. Salió desnuda y no apagó la luz principal hasta que estuvo segura de mi conmoción al contemplarla. Se metió en la cama, después de dejar unos sobres de condones bajo la almohada y, a la luz de la cabecera, se me colocó como una maja de cuadro pero en mejor, y mi mano corrió hacia la mata de pelo negro y ensortijado de su pubis.
- No te precipites – me dijo, cogiéndome la mano -, acariciame con delicadeza, por favor y, vamos a hablar un poco antes, quiero que me acaricies los oídos con tus palabras, me gusta cómo hablas, dime cosas bonitas…
Yo soy más de erotismo que de pornografía. Ya sé que la diferencia entre uno y otra es pequeña, de los pocos segundos en que se tarda en clavarla, que es de lo que se trata, de una u otra manera, así que empecé a hablarle con las delicadas palabras de los modernos poetas andaluces y enseguida me di cuenta de que se dormía, así que me puse encima de ella y le abrí de piernas, sin callarme en mis metáforas. Ella me musitó “Ponte el condón” con los ojos entrecerrados y creo que batí mi mejor marca personal en eyaculación precoz. Ella ya estaba dormida del todo cuando acabé y yo caí inmediatamente en el sueño.
Amaneció un día de niebla, esa niebla cegadora por brillante de Las Landas, ella estaba dormida, apenas su respiración se oía. Su contemplación, la naturaleza, la biología y todas las circunstancias llevaban a una sola meta. Ella musitó de nuevo “Ponte el condón” sin abrir los ojos, luego emitía, con mis sacudidas, unos maulliditos como de satisfacción en mi oído, sin duda aprendidos en una escuela de modelos y azafatas. Y después del coito matutino me volví a quedar dormido.
Al volver a despertarme, las dos chicas ya estaban despidiéndose de mi socio para irse a explorar la ciudad o lo que fuera que iban a hacer, salí a interesarme y desayunar lo que me hubieran dejado, cuando éste les daba un anticipo de beca, algunos billetes de 200 euros me pareció, por si acaso.
Los hombres teníamos reservados un circuito de spa en el propio balneario del hotel y allí nos fuimos. Mi socio se quedaba dormido por las bañeras y no hablaba apenas, solo para decirme que a la vuelta tendría que conducir yo porque él no había pegado apenas ojo durante la noche.
Cuando nos avisaron que las chicas habían vuelto y nos esperaban en el hall de la zona de baños, salimos los dos en albornoz y nos las encontramos radiantes y luminosas con alguna bolsa de zapatería – unos zapatos irresistibles que vieron casualmente en un escaparate -, y otras de folletos  recogidos de la oficina de Turismo Oficial. Mi Idoia se empeñó en mostrarme  las fotos que habían hecho y se habían hecho por fuentes, criptas, museos, iglesias, plaza de toros… en las que lógicamente nosotros no salíamos - la mejor manera de que imágenes comprometedoras no circulen por ahí es no hacerlas -, mientras los otros dos subían a hacer los equipajes a la suite, aunque no habían sonado las 12 y la hora límite de salida eran las 14 horas, queríamos estar de vuelta en la ciudad para esta hora.
Al entrar nosotros dos en la suite nos encontramos que en la sala-dormitorio el otro par de excursionistas estaba acabando en una desnudez absoluta de degustarse mutuamente sus zonas genitales y no nos prestaron ninguna atención. Aquella visión me causó efecto bajo el albornoz, así que le llevé a Idoia I a nuestra habitación, le bajé los pantalones y las bragas, llevaba una chaqueta de piel sobre la blusa que le quedaba de película, y le hice inclinarse de espaldas a mí, con su colaboración, sobre la cama. No caí en la tentación de penetrar su orificio de salida, más que nada por no perder el tiempo con los preparativos necesarios, así que entré por la vía más convencional. Le hice el favor de ponerme el condón sin que me lo pidiera y ella me hizo el favor de simular un pequeño orgasmo sin que se lo pidiera, al fin y al cabo, no habíamos venido hasta Dax para hacer compras, cenar, dormir, un poco de termas y algo de arqueología.
El viaje de vuelta, mi socio condujo en silencio, fue muy rápido, a la máxima velocidad posible entre radar y radar, Idoia II dormía profundamente delante y mi Idoia y yo continuábamos conversando con ese afecto mutuo que a veces se coge follando.
Les dejamos a las dos chicas en la parada de taxis de la estación del Norte, mi socio les entregó los sobres con el resto del importe de las becas y fuimos a comer a una taberna-restaurante de Gros en el último servicio de comidas, donde yo le pregunté:
- ¿Qué te pasa que estás con esa cara de preocupado todo el rato?
- ¡Que era virgen, hostias! ¡Que era virgen! ¡No me jodas! Nunca había follado con una virgen y sabes lo peligroso que es desvirgar a una tía, que luego se quedan colgadas de uno y no te dejan en paz.
     La preocupación de mi socio se disolvió en el tiempo, yo me acordé en ese momento de que me había dejado “El Proceso Estratégico, Conceptos, Contextos y Casos” de Henry Mintzberg en la mesilla de la suite pero no lo volví a echar de menos nunca y no me lo volví a encontrar en la vida, a Idoia y a Idoia tampoco. Cuando se anda en torno al medio siglo de edad la rutina diaria es un río que te lleva por la vida sin necesidad de tomar continuamente decisiones.

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