Si se teclean en Google las cuatro palabras fiesta, viejos, jóvenes y
piscina salen diez millones de referencias de todas las páginas de
pornografía del mundo hispano. Lo sé porque lo he hecho. He hecho
lo de buscarlo y lo de la fiesta. Me habían invitado a una fiesta de
“chicos solos” en una casa de un conocido que era bastante amigo
de un socio mío, una casa que ya conocía por haber estado en otra
fiesta anterior, ocasión en que no me lo había pasado mal, incluso
me lo había pasado muy bien, con una señora que no era mi mujer, -
creo que esto ya lo he contado anteriormente -, así que acepté la
invitación de mi colega. La verdad, que parece mentira, es que no
sabía exactamente a lo que iba, se me dijo de llevar bañador tan
solo y algo de dinero en efectivo ¿Cuánto? Creo que en torno a 500
euros. Como conocía a los posibles asistentes, sus fuertes ingresos
y sus gustos por el lujo, pensé que me esperaba una tarde noche, de
jueves o viernes quizá, llena de buenos alimentos, bebidas
insuperables y conversaciones
idiotas pero mi señora tenía un viaje a La Rioja,
a una casa rural donde iba a asistir a un cursillo de creatividad en
técnicas mixtas orientales o algo así por unos días – ella tiene
una vocación artística indudable -, y yo había denegado
invitaciones similares
muchas veces, así que me resigné a perder el tiempo con aquel
grupo, en vez de quedarme tranquilo en mi piso con un buen libro y
buena música. También es cierto que al negocio le convenía, y le
conviene, tener buenas relaciones con el poder y aquella gente tenía
cierto poder en nuestra pequeña provincia, además yo soy más de
fiar que mi socio en casi todas las materias.
Me parece que no hacía frío ni calor en la calle de la
urbanización, mi coche era
el más modesto de los aparcados en la entrada de la villa, donde un
par de escoltas fumaban y me saludaron al reconocerme. La piscina,
una bañera grande donde siempre se hacía pie y en la que se hacía
un largo en cuatro brazadas, estaba en el interior y francamente la
temperatura ambiente era de un invernadero para plantas tropicales.
En bañador y con una bebida en la mano, estábamos media docena de
tipos de mediana edad, todos más musculados
que yo, que no he pisado jamás un gimnasio.
El
propietario de la mansión nos contó exageradamente
por última vez y le comentó a alguien al otro lado del teléfono:
- Vamos a ser seis,
por fin - me pareció que me
miraba a mí, como a alguien al que no se esperaba - ¿Vale? ¿No hay
problemas?
Me metí en el agua por hacer algo y empecé a nadar. Mi socio me
miró sonriente, se quitó el escueto slip
que llevaba y se zambulló
ruidosamente.
- Aquí nos ponemos en pelotas de todas todas – me dijo -.
Como no tengo problemas para
ello, me quité mis bermudas
y las arrojé a una tumbona de madera que estaba junto a una mesita
con comida y bebida, seguimos nadando y comentando temas de
actualidad, los otros asistentes a veces entraban en la piscina, se
desnudaban y se ponían de nuevo los bañadores al caminar fuera del
agua, posiblemente
sintiéndose incómodos con sus envejecidos aparatos a la vista al
desplazarse.
Al rato me pareció oír una
bocina, “ya están aquí” dijo alguien, todos salieron del agua y
se pusieron los bañadores, yo les imité. Y entraron las chicas,
espectaculares, modelos, jóvenes, podían ser nuestras hijas pero
nuestras hijas más pequeñas. Entraron con un tipo bajito
y calvoso,
una cara conocida de la ciudad, de esos de toda la vida a los que
conoces pero no sabes de qué y no sabes cuál es su profesión, el
cual saludó a algunos de los presentes y se evaporó inmediatamente.
En el acto las seis estaban
preparadas para el baño e incluso una se lanzó al agua, tipo bomba,
mojándonos a todos, se me empujó y me dejé caer, el agua se llenó
enseguida de bullicio y de juegos de ahogamiento desordenados,
bandejas flotantes con copas navegaban en el oleaje, las luces
intermitentes y giratorias se pusieron en funcionamiento,
la música era atronadora. Mi socio ya estaba desnudo y me dejó
igual rápidamente, mientras me indicaba con la mirada la chica que
hacía un momento tenía al lado haciéndome surtidores de agua con
la boca dirigidos a mis ojos, ésta me pasó la parte superior de su
bikini
alrededor del cuello y lo tiró no sé dónde, riéndose me hacía
bailar un imposible rock
entorno a ella, algo más alta que yo. Parecerá mentira pero yo solo
pensaba en preguntarle de qué la conocía, porque aquella belleza me
era familiar y alguna de las otras chicas también, estaba seguro de
haberlas cruzado – yo miro mucho, quizá sea un salido, todas las
guapas que encuentro -, pero alguien, mi socio posiblemente,
también le quitó la parte de abajo del bikini
con toda facilidad.
Difícil precisar lo que duró
aquel ejercicio físico de saltar haciendo como si se sigue el ritmo
dentro del agua, no había en ello nada de erótico, al menos mi
erotismo había permanecido alicaido
hasta entonces, pero mi falta de preparación me estaba pasando
factura y le dije a aquel torbellino que me iba a salir un momento y
ella me dijo que ella también tenía hambre y que saliéramos a
tomar un bocado. Nos dirigimos a la escalerilla que ella abordó la
primera. Y efectivamente mi vista desde abajo le hizo un examen ginecológico en su subida
que, cuando llegué arriba, había causado efecto. La joven me pasó una toalla para disimular la erección y ella se envolvió en otra.
La música impedía una conversación seguida pero la contemplación
de aquel cuerpo - su toalla se había caído sin que hiciera ningún
esfuerzo por mantener escondidas sus contundentes tetas -, me
mantenía ocupado sin necesidad de entender nada de lo que ella
decía, ella se debió dar cuenta porque se inclinó para hablarme al oído, estábamos en pie, lo que me hizo pasar
una mano acariciadora por su cadera hacia la nalga, hacendo caer del
todo el molesto trapo.
Seguí su mirada hacia la piscina
y efectivamente,
otra chica seguía con sus movimientos sincopados junto al
propietario pero solo se tocaban las manos por necesidades
coreográficas, fuera del agua otras dos hablaban con otros dos
invitados mientras se secaban, manteniendo una distancia perceptible…
pero al fondo, a espaldas de la chica, mi socio estaba montado como
un galgo sobre otra del grupo que estaba en posición de galga en celo y se lo señalé.
- Ivanka debe tener una
relación especial con tu colega – me explicó – pero yo me tengo
que ir a secar el pelo que ahora tenemos una fiesta en una discoteca
y no podemos faltar. Por cierto, dale
recuerdos a tu hijo de mi parte, éramos compañeros de pupitre en el liceo.
Y me dio un beso en los morros,
con sabor a salmón ahumado y eneldo, luego se dirigió al cuarto de
baño, donde otras tres chicas se le unieron. Yo me quedé solo con
mi pene marmóreo, una copa en la mano, observando cómo mi socio ponía fin a su breve encuentro fornicatorio
y me dejaba al descubierto a otra pareja que seguía en paralelas
actividades sobre unas toallas.
Las cuatro chicas desaparecieron mucho más rápido que lo que habían
llegado mientras yo especulaba con el pensamiento de que mi hijo no
tenia edad para sacarse el permiso de conducir que llevaba tiempo
anhelando.
La llegada de mi colega de
profesión y de Ivanka,
una pequeña rubia de bello rostro andrógino y serio, a mi lado me
sacó de mi ensimismamiento – tengo una tendencia a aislarme en mi
interior aun en las situaciones más extrañas -, y dirigí mi
veleta, parecía que mi pene se había quedado en posición de firme
para tiempo, hacia ellos para iniciar una conversación imposible, él puso la mano de la chica en la mía y se zambullió de
tripada – te podías partir el cuello si te tirabas de cabeza -,
ella cogió un montón de servilletas de papel en la otra mano y me
dirigió a una de las sillas de playa donde me senté.
Con un unos lengüetazos en
mi glande, dados con la misma pasión que pone una funcionaria del
Registro Civil en hacer fotocopias de certificados
de defunción, mi tensión se derramo, ella me pasó la mitad de las servilletas para que me limpiara, se limpió la
mejilla, bebió un palmero de whisky
sin hielo ni agua y cayó, como un árbol cortado, en el agua de la
piscina.
Permanecí,
como un espectador atento, viendo el espectáculo patético, de una
fealdad estética obvia, de aquellos cinco vampiros que se frotaban
como podían, dentro y fuera de la piscina, con aquellos cuerpos de
espléndida juventud sin alma – las miradas estupefactas lo
proclamaban -. Y me vestí para irme, nadie se dio cuenta de mi
desaparición hasta que decidieron continuar la fiesta en la misma
discoteca de siempre, según se me explicó más tarde.
Fuera los escoltas seguían
fumando. Me dirigí en mi coche hacia las luces de la ciudad, oyendo
la radio, el locutor explicaba los horarios de la Marcha Nocturna
a Itziar.
.../...
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