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domingo, 23 de diciembre de 2018

FIESTA DE VIEJOS CON JÓVENES EN UNA PISCINA (FICCIÓN)


Si se teclean en Google las cuatro palabras fiesta, viejos, jóvenes y piscina salen diez millones de referencias de todas las páginas de pornografía del mundo hispano. Lo sé porque lo he hecho. He hecho lo de buscarlo y lo de la fiesta. Me habían invitado a una fiesta de “chicos solos” en una casa de un conocido que era bastante amigo de un socio mío, una casa que ya conocía por haber estado en otra fiesta anterior, ocasión en que no me lo había pasado mal, incluso me lo había pasado muy bien, con una señora que no era mi mujer, - creo que esto ya lo he contado anteriormente -, así que acepté la invitación de mi colega. La verdad, que parece mentira, es que no sabía exactamente a lo que iba, se me dijo de llevar bañador tan solo y algo de dinero en efectivo ¿Cuánto? Creo que en torno a 500 euros. Como conocía a los posibles asistentes, sus fuertes ingresos y sus gustos por el lujo, pensé que me esperaba una tarde noche, de jueves o viernes quizá, llena de buenos alimentos, bebidas insuperables y conversaciones idiotas pero mi señora tenía un viaje a La Rioja, a una casa rural donde iba a asistir a un cursillo de creatividad en técnicas mixtas orientales o algo así por unos días – ella tiene una vocación artística indudable -, y yo había denegado invitaciones similares muchas veces, así que me resigné a perder el tiempo con aquel grupo, en vez de quedarme tranquilo en mi piso con un buen libro y buena música. También es cierto que al negocio le convenía, y le conviene, tener buenas relaciones con el poder y aquella gente tenía cierto poder en nuestra pequeña provincia, además yo soy más de fiar que mi socio en casi todas las materias.

Me parece que no hacía frío ni calor en la calle de la urbanización, mi coche era el más modesto de los aparcados en la entrada de la villa, donde un par de escoltas fumaban y me saludaron al reconocerme. La piscina, una bañera grande donde siempre se hacía pie y en la que se hacía un largo en cuatro brazadas, estaba en el interior y francamente la temperatura ambiente era de un invernadero para plantas tropicales. En bañador y con una bebida en la mano, estábamos media docena de tipos de mediana edad, todos más musculados que yo, que no he pisado jamás un gimnasio.
El propietario de la mansión nos contó exageradamente por última vez y le comentó a alguien al otro lado del teléfono:
- Vamos a ser seis, por fin - me pareció que me miraba a mí, como a alguien al que no se esperaba - ¿Vale? ¿No hay problemas?
Me metí en el agua por hacer algo y empecé a nadar. Mi socio me miró sonriente, se quitó el escueto slip que llevaba y se zambulló ruidosamente.
- Aquí nos ponemos en pelotas de todas todas – me dijo -.
Como no tengo problemas para ello, me quité mis bermudas y las arrojé a una tumbona de madera que estaba junto a una mesita con comida y bebida, seguimos nadando y comentando temas de actualidad, los otros asistentes a veces entraban en la piscina, se desnudaban y se ponían de nuevo los bañadores al caminar fuera del agua, posiblemente sintiéndose incómodos con sus envejecidos aparatos a la vista al desplazarse.
Al rato me pareció oír una bocina, “ya están aquí” dijo alguien, todos salieron del agua y se pusieron los bañadores, yo les imité. Y entraron las chicas, espectaculares, modelos, jóvenes, podían ser nuestras hijas pero nuestras hijas más pequeñas. Entraron con un tipo bajito y calvoso, una cara conocida de la ciudad, de esos de toda la vida a los que conoces pero no sabes de qué y no sabes cuál es su profesión, el cual saludó a algunos de los presentes y se evaporó inmediatamente.
En el acto las seis estaban preparadas para el baño e incluso una se lanzó al agua, tipo bomba, mojándonos a todos, se me empujó y me dejé caer, el agua se llenó enseguida de bullicio y de juegos de ahogamiento desordenados, bandejas flotantes con copas navegaban en el oleaje, las luces intermitentes y giratorias se pusieron en funcionamiento, la música era atronadora. Mi socio ya estaba desnudo y me dejó igual rápidamente, mientras me indicaba con la mirada la chica que hacía un momento tenía al lado haciéndome surtidores de agua con la boca dirigidos a mis ojos, ésta me pasó la parte superior de su bikini alrededor del cuello y lo tiró no sé dónde, riéndose me hacía bailar un imposible rock entorno a ella, algo más alta que yo. Parecerá mentira pero yo solo pensaba en preguntarle de qué la conocía, porque aquella belleza me era familiar y alguna de las otras chicas también, estaba seguro de haberlas cruzado – yo miro mucho, quizá sea un salido, todas las guapas que encuentro -, pero alguien, mi socio posiblemente, también le quitó la parte de abajo del bikini con toda facilidad.
Difícil precisar lo que duró aquel ejercicio físico de saltar haciendo como si se sigue el ritmo dentro del agua, no había en ello nada de erótico, al menos mi erotismo había permanecido alicaido hasta entonces, pero mi falta de preparación me estaba pasando factura y le dije a aquel torbellino que me iba a salir un momento y ella me dijo que ella también tenía hambre y que saliéramos a tomar un bocado. Nos dirigimos a la escalerilla que ella abordó la primera. Y efectivamente mi vista desde abajo le hizo un examen ginecológico en su subida que, cuando llegué arriba, había causado efecto. La joven me pasó una toalla para disimular la erección y ella se envolvió en otra. La música impedía una conversación seguida pero la contemplación de aquel cuerpo - su toalla se había caído sin que hiciera ningún esfuerzo por mantener escondidas sus contundentes tetas -, me mantenía ocupado sin necesidad de entender nada de lo que ella decía, ella se debió dar cuenta porque se inclinó para hablarme al oído, estábamos en pie, lo que me hizo pasar una mano acariciadora por su cadera hacia la nalga, hacendo caer del todo el molesto trapo.
- Se ve pero no se toca – me dijo apartando mi mano -, somos modelos, esto es un show.
Seguí su mirada hacia la piscina y efectivamente, otra chica seguía con sus movimientos sincopados junto al propietario pero solo se tocaban las manos por necesidades coreográficas, fuera del agua otras dos hablaban con otros dos invitados mientras se secaban, manteniendo una distancia perceptible… pero al fondo, a espaldas de la chica, mi socio estaba montado como un galgo sobre otra del grupo que estaba en posición de galga en celo y se lo señalé.
- Ivanka debe tener una relación especial con tu colega – me explicó – pero yo me tengo que ir a secar el pelo que ahora tenemos una fiesta en una discoteca y no podemos faltar. Por cierto, dale recuerdos a tu hijo de mi parte, éramos compañeros de pupitre en el liceo.
Y me dio un beso en los morros, con sabor a salmón ahumado y eneldo, luego se dirigió al cuarto de baño, donde otras tres chicas se le unieron. Yo me quedé solo con mi pene marmóreo, una copa en la mano, observando cómo mi socio ponía fin a su breve encuentro fornicatorio y me dejaba al descubierto a otra pareja que seguía en paralelas actividades sobre unas toallas.
Las cuatro chicas desaparecieron mucho más rápido que lo que habían llegado mientras yo especulaba con el pensamiento de que mi hijo no tenia edad para sacarse el permiso de conducir que llevaba tiempo anhelando.
La llegada de mi colega de profesión y de Ivanka, una pequeña rubia de bello rostro andrógino y serio, a mi lado me sacó de mi ensimismamiento – tengo una tendencia a aislarme en mi interior aun en las situaciones más extrañas -, y dirigí mi veleta, parecía que mi pene se había quedado en posición de firme para tiempo, hacia ellos para iniciar una conversación imposible, él puso la mano de la chica en la mía y se zambullió de tripada – te podías partir el cuello si te tirabas de cabeza -, ella cogió un montón de servilletas de papel en la otra mano y me dirigió a una de las sillas de playa donde me senté.
Con un unos lengüetazos en mi glande, dados con la misma pasión que pone una funcionaria del Registro Civil en hacer fotocopias de certificados de defunción, mi tensión se derramo, ella me pasó la mitad de las servilletas para que me limpiara, se limpió la mejilla, bebió un palmero de whisky sin hielo ni agua y cayó, como un árbol cortado, en el agua de la piscina.
Permanecí, como un espectador atento, viendo el espectáculo patético, de una fealdad estética obvia, de aquellos cinco vampiros que se frotaban como podían, dentro y fuera de la piscina, con aquellos cuerpos de espléndida juventud sin alma – las miradas estupefactas lo proclamaban -. Y me vestí para irme, nadie se dio cuenta de mi desaparición hasta que decidieron continuar la fiesta en la misma discoteca de siempre, según se me explicó más tarde.
Fuera los escoltas seguían fumando. Me dirigí en mi coche hacia las luces de la ciudad, oyendo la radio, el locutor explicaba los horarios de la Marcha Nocturna a Itziar.
.../...

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