En una visita al Salón Internacional de la Alimentación en París hace unos años, más de treinta a finales de los 80, Emn se encontró con el surimi congelado. Los japoneses presentaban por primera vez en Europa sus preparaciones de abadejo de Alaska triturado y congelado en alta mar. Las preparaciones que presentaban eran variadas, aunque destacaban, para Emn donostiarra y comerciante en pescados congelados al por mayor, las que lo presentaban en forma de grandes pinzas de cangrejo coloreadas para darles ese aspecto y las que lo hacían en forma de tallarines, cuya similitud con angulas cocidas era evidente. Pidió diversas muestras de aquellos productos y de otras novedades que llamaron su atención a los expositores y retornó a Donostia.
Emn presentó las muestras a sus contactos comerciales, alguno en Aguinaga, sin que nadie mostrara interés alguno por el surimi, ni siquiera para presentarlo como sucedáneo de productos más caros como el Chatka, cangrejo enlatado que por entonces se importaba de Francia, o como las ya prohibitivas angulas.
Así que las muestras acabaron en la cocina de su madre que las preparó unas como “txangurro” al horno y otras como “angulas” al ajillo, esto último lo solía hacer con otras muestras y sobrantes de pescados blancos.
Emn empezó a importar barritas de surimi de la mejor calidad que había visto y, poco a poco, sus clientes empezaron a encontrarle salida, casi siempre como sucedáneo del cangrejo ruso en pintxos y ensaladas.
Un par de años más tarde de aquel Salón de París, Emn pudo leer en el periódico local que un listo había inventado el sucedáneo de las angulas: tallarines de surimi pintados con una raya negra. Corría 1991 y empezaba una gran aventura empresarial vasca.
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