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martes, 22 de junio de 2021

SNIPER

Ajustó la mira telescópica Steiner, un modelo de la serie M7, al rifle Sako tipo TRG M10 y se puso en posición, la cabeza guardaba un pequeño murmullo apenas doloroso en lo más profundo, los dos Oxycotin del desayuno habían tenido una efectividad de más del 99% y se sentía en la forma suficiente para alcanzar el objetivo. Tumbado sobre el contrafuerte de la vieja fortaleza militar veía perfectamente, a través del visor, la puerta de la villa bajo el sol triste de un mediodía vasco, no llovía pero se sabía que el sol existía porque había unas nubes de un gris más claro que todas las demás. Supuso que el objetivo saldría por esa puerta con una taza de café en la mano, silbaría al perro, un lobo belga adiestrado por la Guardia Civil irónicamente, charlaría cariñosamente con el animal y bebería el café antes de regresar al interior por otras 24 horas. Había pensado un disparo a la taza en el momento en que estuviera bebiendo, posiblemente le destrozaría la boca y le rompería las cervicales de delante atrás, por si acaso un segundo disparo a la cabeza, con el cuerpo caído, que tendría efectos disuasorios sobre “El cojo”, que, agazapado en el umbral, no saldría durante un tiempo, así él podría alejarse tranquilamente hasta el coche, ya enfilado hacia la pista al otro lado de la colina, apenas 20 metros de distancia. Desde que había salido de los malditos Balkanes, éste era el primer trabajo un poco serio que tenía, la verdad es que la NATO le licenció cuando aún podía seguir en activo por la edad y su estado físico pero su tiempo de compromiso militar había acabado ya un año antes y no cabían nuevas prórrogas. Palpó el bolsillo de la chaqueta por fuera, la caja de Oxycotin estaba en su sitio, el zumbido parecía querer apagarse en su interior, suponía que era un recuerdo permanente de su dedicación profesional a eliminar enemigos, enemigos del ejército al que estaba adscrito, en aquel clima insoportable, sobre todo en invierno. 

Dentro de la casa, en la cocina, “El rizos” observaba a su subordinado afanarse en prepararle el café, verle arrastrar la pierna anquilosada era un espectáculo que le hacía sonreír, siempre acababa teniendo que preparar más tazas en la Nespresso porque, antes de llegar a la mesa en que él esperaba, iba derramando líquido por el embaldosado. El whisky Aberlor 10 no se le caía a "El cojo", llevaba la botella sin abrir hasta la mesa y allí se servía una buena dosis en un envase de Nocilla que usaba como vaso. Con el primer confinamiento de la pandemia "El rizos" se había instalado en la mesa de la cocina para tele-trabajar, controlar sus negocios desde el ordenador le había costado un cierto esfuerzo, antes, era su hijo el que se encargaba de la informática pero se había marchado con su mujer a Colombia justo antes de que estallara la alarma por el virus asiático y no parecía que ni podía ni quería regresar. Ahora controlaba las normas de seguridad necesarias para que no se detectasen sus movimientos de mercancías, los cobros, los pagos y no necesitaba salir de casa, “El cojo” se desplazaba por él si era estrictamente necesario, además “El cojo” se encargaba de comprar los platos cocinados que calentaban en el microondas y de tener el nivel de porquería de la casa a una altura aceptable, nunca pasaba de la cintura. Cogió la última taza de café y la completó con lo que quedaba de las dos anteriores, dejó su puesto delante de la pantalla al otro, el sistema requería una observación continua de los mensajes, y se dirigió hacia la puerta con la taza en la mano. El teletrabajo tenía para él además otra ventaja, la seguridad, últimamente había tenido demasiados accidentes, una rueda delantera que estallaba en plena curva junto a un desfiladero, un cable cruzado entre dos árboles cuando regresaba en moto de una ronda de vigilancia por los clubes, un camión sin frenos y sin conductor en la cuesta por la que caminaba hacia una cita con un policía comprado… no creía en las casualidades, solo su buena suerte y la torpeza de la competencia le mantenían con vida. Así que solo salía de casa para darle una golosina al perro y seguir así manteniendo su fidelidad, aunque el chucho ya estaba viejo y tenía que pedir a alguno de sus contactos policiales que le consiguiera otro y así poderle pegar un tiro a este baboso, no soportaba las babas de perro, luego “El cojo” lo enterraría junto a los anteriores en un rincón del jardín. Abrió la puerta.

(Continuará)    

  

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