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La historia de Euskal Herria no cuenta con un episodio de
resistencia heroica frente al enemigo exterior al que aferrar los sentimientos
patrióticos. Quizá Numancia, Sagunto o Tarifa tengan alguna raíz remota vasca
pero no independentista en el sentido que la visión actual de los historiadores
patriotas, de esta patria de aquí, tienen del pasado. Por eso el episodio del
Castillo de Maya en el Baztán, Amaiur, ha adquirido esa importancia peculiar,
la rendición el 19 de julio de 1522, después de un asedio de 5 días, de los
agromonteses, bearneses y otras tropas del rey Enrique II –patrocinado por
Francisco I de Francia-, frente a las superiores en número de beaumonteses,
castellanos, guipuzcoanos etc del emperador Carlos I ha pasado a elevarse de una
escaramuza más de la guerra que llevaron por todos los escenarios europeos posibles
Francisco y Carlos –en la visión actual se hubieran tenido que sentar en el
banquillo de un Tribunal Penal Internacional-, hasta un símbolo ucrónico de la
resistencia de Euskal Herria. Y objetivamente
creo que es un símbolo pero no sólo de Euskal Herria: los poderosos de
siempre han dispuesto de las vidas de los demás
y han intercambiado amistosa o
belicosamente sus patrimonios sin preocupación alguna por la vida de sus
habitantes.
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