Opening gate to Caer Lêb (Photo credit: Wikipedia) |
Esas historias de curas marranos –que así les llamaba mi
amá-, viejas como las iglesias o las religiones –también hay rabinos rabones e
imanes repelentes, sólo hay que leer un poco por ahí, por otras culturas
religiosas-, cada vez que salen en los
medios me cargan más de violencia.
Las absurdas religiones rodean al mono sin pelo que busca una
explicación a un absurdo mundo en el que le nacieron y, como no la puede
encontrar, se refugia en el último mono, dios –algo así escribí siendo un niño
ejemplar y el cura de religión me montó una enorme bronca, luego se casó de “penalti”
con una “caserita” de la campiña donostiarra, por cierto-, y las profesiones
religiosas consisten en vivir lo mejor posible de los creyentes y de las creyentes
y, con la ayuda del Gobierno, de los contribuyentes sin distinción de sexos.
Entre ese mejor vivir está lo de follar claro.
Nunca me he creído que esos solteros de oro estén castrados
por la gracia del dios de guardia, al contrario, les encanta caer en la
tentación, por eso se rodean de niños, de niñas, de jovencitos, de jovencitas y
hasta de viejos o viejas, e incluso de gorilas u otros animales, en función de
sus gustos y preferencias. No evitan la tentación como nos recomendaban en el
confesionario, intentando meternos mano sin demasiado disimulo, sino que buscan,
siempre que pueden, cómo caer para luego arrepentirse y fustigarse con
masoquista flagelo, hasta volver a caer. ¿Caer o elevarse al cielo, reverendo
pederasta? Efectivamente saben que el cielo no espera y lo buscan en el
cuerpecito virgen de un impúber, por ejemplo.
Hacer de la hipocresía un medio de vida es fundamental para
pertenecer a ese grupo. Y las iglesias tienen un problema de difícil solución,
si quieren mantener el chiringuito frente a la competencia agresiva del
islamismo, reyes del marketing para monos desesperados, o se quitan la careta o
se quitan la testosterona.
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