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sábado, 22 de noviembre de 2014

CURAS MARRANOS

Opening gate to Caer Lêb
Opening gate to Caer Lêb (Photo credit: Wikipedia)
Esas historias de curas marranos –que así les llamaba mi amá-, viejas como las iglesias o las religiones –también hay rabinos rabones e imanes repelentes, sólo hay que leer un poco por ahí, por otras culturas religiosas-,  cada vez que salen en los medios me cargan más de violencia.
Las absurdas religiones  rodean al mono sin pelo que busca una explicación a un absurdo mundo en el que le nacieron y, como no la puede encontrar, se refugia en el último mono, dios –algo así escribí siendo un niño ejemplar y el cura de religión me montó una enorme bronca, luego se casó de “penalti” con una “caserita” de la campiña donostiarra, por cierto-, y las profesiones religiosas consisten en vivir lo mejor posible de los creyentes y de las creyentes y, con la ayuda del Gobierno, de los contribuyentes sin distinción de sexos. Entre ese mejor vivir está lo de follar claro.
Nunca me he creído que esos solteros de oro estén castrados por la gracia del dios de guardia, al contrario, les encanta caer en la tentación, por eso se rodean de niños, de niñas, de jovencitos, de jovencitas y hasta de viejos o viejas, e incluso de gorilas u otros animales, en función de sus gustos y preferencias. No evitan la tentación como nos recomendaban en el confesionario, intentando meternos mano sin demasiado disimulo, sino que buscan, siempre que pueden, cómo caer para luego arrepentirse y fustigarse con masoquista flagelo, hasta volver a caer. ¿Caer o elevarse al cielo, reverendo pederasta? Efectivamente saben que el cielo no espera y lo buscan en el cuerpecito virgen de un impúber, por ejemplo.
Hacer de la hipocresía un medio de vida es fundamental para pertenecer a ese grupo. Y las iglesias tienen un problema de difícil solución, si quieren mantener el chiringuito frente a la competencia agresiva del islamismo, reyes del marketing para monos desesperados, o se quitan la careta o se quitan la testosterona.

  


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