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jueves, 26 de marzo de 2015

EN LA CÁRCEL

English: Margaretha Geertruida "Grietje&q...
English: Margaretha Geertruida "Grietje" Zelle, known as Mata Hari (1876-1917), famous spy and exotic dancer (Photo credit: Wikipedia)
-En la cárcel estás muy solo cuando necesitas compañía y muy acompañado cuando necesitas estar solo –me dijo, mirándome a los ojos con esa mirada apagada de quienes han perdido la esperanza-, me gustaría poder abrazarte sin esta separación de barrotes y funcionarios. Tocarse transmite lo que las palabras no pueden.
Ella estaba a una distancia imposible de mí. Alguien con inteligencia militar, y ya se sabe lo contradictorio que es eso, había dispuesto dos líneas de mesas separadas por una verja de negros barrotes y un pasillo en el lado de los visitantes, en el pasillo dos números del servicio de prisiones del ejército se esforzaban en recordar con su presencia que nadie era allí bienvenido si tenía alguna simpatía con los internos, en este caso interna.
Sin pelucas ni maquillaje, su fragilidad de mujer castigada por la vida de sus cuarenta años me embargaba. Ella estaba embutida en una bata de criada de convento a guisa de uniforme –alguna buena madre se lo debía de haber conseguido-,  y me era imposible recordarla desnuda en escena, como pocos años antes cuando fingía ser una bailarina oriental o, y me remonto al verano en que estalló esta maldita Gran Guerra, cuando nos encontramos por primera vez en el balneario vasco de San Sebastián y me comporté con ella como un adolescente tímido y primerizo, lo que en realidad era a pesar de haber cumplido los veinte.
Yo aquella misma tarde acababa de firmar la aprobación de la ejecución de su sentencia de muerte –mi cargo en el Ministerio de Guerra  también implicaba esta absurda tarea-,  y quise ir a verla, a despedirle, a darle un poco de calor humano, negado por la maquinaria que ella misma había puesto en marcha, en esos últimos momentos.
Durante la guerra los principios personales desaparecen ante la llamada de la Patria y Francia, que ya había recibido parte de mi sangre en las campiñas de Verdún, me había ordenado a mí, opuesto a la pena de muerte, el asesinato más premeditado y cruel que puede cometer el hombre, que fuera el burócrata que firmara la página que hacía que un hermano nuestro fuera fusilado. Salvé algunos, siempre escarbaba en los errores cometidos por los carniceros de uniforme, demasiados pocos. Margarita no pudo ser salvada y los esfuerzos que hicieron desde el bando enemigo para canjearla por mediaciones extrañas e interesadas, en vez de lograr su aparente objetivo, precipitaron el desenlace que ella y yo sabíamos inevitable desde el inicio.
Alguien puso una mano en mi hombro y como un autómata me puse de pie. Ella también, me lanzó un último beso con la mano y dos sombras la arrastraron fuera de mi vista. Mata Hari había muerto antes para pasar a la frívola eternidad de los personajes que asoman por los libros de historia, ahora matábamos a una mujer.
    


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