En la Francia del siglo XVIII la población se iba incrementando
exponencialmente lo que hacía que la
demanda de subsistencia se incrementase en la misma proporción, mientras que la oferta,
en las manos blancas y escasamente productivas de unas clases altas
privilegiadas que habían heredado el poder y su representación del pasado, era
insatisfactoria y eso obligaba a que el poder real se implicara -márketing de la caridad-, en aliviar el hambre del pueblo mediante importaciones de grano que no evitaban
del todo el encarecimiento inevitable de los precios, lo que a su vez provocaba
que la población cada vez tuviera que sufrir más para obtener menos alimentos.
Turgot, el primero de los economistas de la Corte como Ministro de Rey Luis XVI, apostó por la liberación del
mercado y que éste democráticamente se regulase, eliminando gremios y obstáculos
a esa libertad de flujo de mercancías, estas medidas liberalizadoras provocaron
que los ricos negociantes de alimentos, que no los productores cuyos salarios
bajaban, especulasen con su almacenamiento y distribución, muchas veces acordados
entre ellos para permitirles superiores beneficios -"le pacte de famine" no era una leyenda popular-. Así los poderes económicos
de Francia pusieron las bases de un estallido revolucionario que provocó el
salto del país a la modernidad, pasando por encima de montones de cabezas
cortadas de los representantes del viejo sistema político, de muchas de los
propios revolucionarios y de escasas, muy escasas si alguna, de los
enriquecidos especuladores. Cuando las aguas rojas se tornaron imperiales los
herederos de aquellos ricos hombres de negocios se pusieron a crear bancos y
bolsas de comercio, embarcaciones que les iban a permitir navegar por encima de
todas las revoluciones que vinieran en el futuro.
La historia recicla el material del pasado para explicar el presente.
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