-Para enterrar esta quinta guerra carlista, el Gobierno
debería liberar ya al Sr. Otegui – algunas palomas volaban por la Plaza del
Castillo, cruzándola hacia el palacio de Navarra, y Oliver Kent hablaba,
mientras bebía un té sin azúcar en la sombra de la inevitable terraza de
Pamplona-, no hace falta que Mariano y Arnaldo se abracen en Bergara ni que se
digan mutuamente todas las cosas que tienen en común pero sería un gesto para
los tradicionalistas de este lado.
- ¿Tradicionalistas los etarroides? –preguntó Félix Soroa, a
quien siempre las palabras sobre temas hispanos del jugador de cricket le
desconcertaban-. No me parece que esa mezcla de vegetarianos, ascetas,
ecocomunistas y quintaesencia de vascones tenga nada que ver con la Comunión
Tradicionalista, ya desaparecida, gracias a Jaungoikoa.
- ¿Dónde están los tradicionalistas ahora? Los carlistas no
han desaparecido del panorama español desde hace siglos, los protocarlistas ya
en el XVIII llevaron a las Juntas Generales de las Vascongadas a enfrentarse
con la Corona de Castilla, comenzando una deriva de la que ETA ha sido una de
sus últimas criaturas, luego en la primera y en la tercera carlistada pudieron
conseguir el encadenamiento del tímido progreso de España hacia la modernidad –el
historiador inglés tiene las gafas empañadas por el vapor de la infusión y el
cerebro de la mañana bajo los efectos de los vapores del gin-tonic de la
noche-, ante su fracaso unos lo intentaron contra la República con el bando
vencedor de “su” cuarta guerra carlista, otros se pasaron al bando de la
modernidad con la vía estatutaria pero estaban en el bando que perdió.
- ¿Y el terrorismo vasco ha sido para Ud. la quinta guerra
carlista?
- No solo lo creo yo. Lo creían sus padres fundadores, los
ideólogos de ese movimiento, más extenso que el mero terrorismo y que tenía que
construir una nación para darse sentido, lo llenaron de ucronías y utopías
tradicionalistas a imagen de las que impulsaban a los txapelgorris del XIX.
Tradiciones que aún hoy Uds. las han hecho suyas.
Soroa no se sentía aludido por esas palabras, se tocó la
boina que le había protegido de la llovizna para saludar a un grupo de jóvenes
que se dirigía hacia la avenida de San Ignacio, arqueó las cejas hacia su
vecino de mesa y pensó en voz alta.
-
Las tradiciones son las mentiras que los pueblos
se cuentan para reparar las averías en su identidad que la realidad causa.
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