Algunos
han respirado aliviados al acabar el breve año de la capitalidad
cultural, se les ha hecho eterno. Esos suspiros de alivio en el
Ayuntamiento donostiarra tienen poca trascendencia para la marcha de
la ciudad balneario de los diez mil taberneros, las heridas que la
capitalidad cultural ha dejado en los agentes culturales se cerrarán,
y el Urumea seguirá serpenteando hacia el mar cantábrico, a la
orilla izquierda el “marco comparable” esperará a enmarcar la
tamborrada infantil, los caldereros, los fuegos artificiales, las
regatas de traineras, la feria de Santo Tomás…; a la orilla
derecha el otro marco “sin parangón” también con sus
conciertos, su jazz, el Zinemaldia…; por ahí al fondo está el
estadio futbolero de Anoeta, el ovni de Illunbe, los 35.000 m² de
Tabakalera… Al fin y al cabo hay cosas que se quedan y que no
desaparecen, quizá se pueda hacer cultura para el pueblo pero con el
pueblo ¿Cuándo una gran exposición al aire libre de nuestros
escultores vivos actuales? ¿Una antológica de nuestros pintores más
reconocidos? ¿Un estreno mundial de alguna ópera que está rondando
por ahí? ¿Unos conciertos en los parques de orquestas y orfeones?
¿Danza y teatro en las plazas? Hay tantas ideas y ganas, todas
innecesarias para atraer visitantes a las tabernas; los pintxos, las
sidrerías y las estrellas michelinas mueven multitudes que se dejan
sus negras monedas en abundancia sobre los blancos mandiles de
nuestros patriotas gastronómicos y quizá, por mera casualidad,
algún IVA en las arcas forales.

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