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viernes, 23 de diciembre de 2016

EL AÑO DEL DESPOTISMO ILUSTRADO


Algunos han respirado aliviados al acabar el breve año de la capitalidad cultural, se les ha hecho eterno. Esos suspiros de alivio en el Ayuntamiento donostiarra tienen poca trascendencia para la marcha de la ciudad balneario de los diez mil taberneros, las heridas que la capitalidad cultural ha dejado en los agentes culturales se cerrarán, y el Urumea seguirá serpenteando hacia el mar cantábrico, a la orilla izquierda el “marco comparable” esperará a enmarcar la tamborrada infantil, los caldereros, los fuegos artificiales, las regatas de traineras, la feria de Santo Tomás…; a la orilla derecha el otro marco “sin parangón” también con sus conciertos, su jazz, el Zinemaldia…; por ahí al fondo está el estadio futbolero de Anoeta, el ovni de Illunbe, los 35.000 m² de Tabakalera… Al fin y al cabo hay cosas que se quedan y que no desaparecen, quizá se pueda hacer cultura para el pueblo pero con el pueblo ¿Cuándo una gran exposición al aire libre de nuestros escultores vivos actuales? ¿Una antológica de nuestros pintores más reconocidos? ¿Un estreno mundial de alguna ópera que está rondando por ahí? ¿Unos conciertos en los parques de orquestas y orfeones? ¿Danza y teatro en las plazas? Hay tantas ideas y ganas, todas innecesarias para atraer visitantes a las tabernas; los pintxos, las sidrerías y las estrellas michelinas mueven multitudes que se dejan sus negras monedas en abundancia sobre los blancos mandiles de nuestros patriotas gastronómicos y quizá, por mera casualidad, algún IVA en las arcas forales.
Aliviados se nos han quedado los que heredaron la herencia de la capitalidad de la fraternidad pontonera y tuvieron que ponerse de mascarones de proa para recibir tantas puñaladas por la espalda como patadas en sus pudendas partes por de frente. Otros nos hemos quedado como siempre, protestando por los precios de los abonos de temporadas previsibles, protestando por el coste incontrolado de la cultura institucional, protestando por el despilfarro de recursos en balompédicos mausoleos y, sobre todo, protestando por los precios, verdaderos cañonazos, que nuestros imprescindibles taberneros nos pegan, como si fuéramos turistas, por culturizar nuestros paladares en sus figones ya universitarios.


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