Después
de hacer un comentario en Facebook sobre el uso del catalán y del
euskera, alguien, desde su orgullo explícito de ser vasco, me ha
soltado una frase irónica: ¡Eres más español que Iker Casillas!
La
verdad es que ignoraba que Iker Casillas es una referencia de
españolidad y no creo que nadie supere a nadie en ser de una
nacionalidad o de otra, al fin y al cabo nos nacen, nos dan las
circunstancias del yo, y mi circunstancia al nacer fue la
nacionalidad española, variante vasca inclusiva, y bastante más
francesa que vasca, o sea una nacionalidad española permeable, no me
he visto en la necesidad ni en la voluntad de cambiarla. Hay a quien
le nacen con la nacionalidad española, variante vasca cabreada,
cabreada por ser también española, o que opta más adelante en su
trayectoria vital por rechazar la nacionalidad española y
adscribirse exclusivamente a la anhelada vasca. Entiendo su
frustración por no poder elegir esa nacionalidad en el catálogo
existente de nacionalidades pero me parece una opción empobrecedora
en todos los aspectos humanos, me gustan más los senegaleses que
devienen vascos por ejemplo sin dejar de ser senegaleses -en un viaje
en tren, no pude evitar una lágrima cuando un niño, de padres
inmigrantes de Senegal, me contó apasionadamente la historia del Rey
Sancho el Mayor como ni el más imaginativo de los nacionalistas
contemporáneos metido a historiador lo hubiera hecho, es lo que
tiene la enseñanza pública vasca tan integradora ella-. Esos
ancestros que ahora tenemos en común todos los vascos y que
conforman nuestro espíritu nacional son circunstancias que nos han
ido conformando a todos, a nuestro respectivo “yo”.
Porque
Iker Casillas no nació estando solo en casa -como el protagonista
del monólogo del incomparable Gila-, y no tuvo que esperar a que
volviera su madre de pedir perejil a la vecina; a Iker, a mi
calificador descalificador y a mí nos nacieron en una nacionalidad,
luego la hemos ido “decorando” pero tengo la intuición que Iker
Casillas es más español que yo.
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