“La solución del nacionalismo no es cuestión de una ley, ni de dos, ni siquiera de un Estatuto. El nacionalismo requiere un alto tratamiento histórico; los nacionalismos sólo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse, porque la fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos: un Estado en buena ventura los desnutre y reabsorbe”. Dijo Ortega en el debate sobre el Estatuto de Cataluña en la IIª República.
Pero el Estado, España, ha sido creado sobre el pueblo español y no por el pueblo español que no ha sido nunca protagonista sino víctima de la historia. El Estado-Nación no ha absorbido las fuerzas indudables de los nacionalismos periféricos porque no ha sido jamás percibido como algo "nuestro" por estas partes del pueblo español, sino porque ha sido el enemigo más próximo, tan parecido y tan ajeno, que, siempre desde arriba, se ha impuesto y muchas veces con la fuerza.
Hemos dicho muchas veces que España no ilusiona, no seduce, por el contrario España repele, repugna, sus símbolos, bendecidos por una Constitución suficientemente refrendada, se han quedado en letra muerta para las burguesías resentidas de Cataluña y Euskadi, propensas a la reacción frente a las élites centralistas que siguen estando al servicio de las oligarquías porque ambas, las clases propietarias de España y de los pequeños países, se disputan el poder sobre las clases populares de esas regiones y "ladrones por ladrones, los nuestros" parecen afirmar las masas que se suman a las reivindicaciones bajo otros símbolos que imaginan más "nuestros".
Nos tenemos que seguir conllevando y no sabemos cómo ¿Qué herencia vamos a dejar a nuestros sucesores?
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