- Aquel equipo
quería ganar la liga de fútbol en la última división federada que
pudiera existir, así que en la nefasta temporada de la que hablamos
se había reforzado con un fichaje estrella, el hijo de un
internacional, el chaval apuntaba las maneras de su padre pero por
circunstancias de la vida de éste, entrenador sin éxito de equipo
en equipo, había pasado por muchas ciudades y equipos varios sin
llegar nunca a cuajar, sin embargo todo el mundo decía que, con un
poco de suerte, el hijo podía superar el buen palmarés del padre.
El amor, o la lujuria que suele ser lo mismo, hizo que el chico
consiguiera que su agente, contra su voluntad, le hiciera llegar a
aquel club del culo del mundo pero que le permitía tocar todos los
días el culo de su amada -y otras partes de su anatomía, todos los
días. Por premuras federativas, contractuales y demás, apenas tuvo
una semana de entrenamientos con sus compañeros en las modestas
instalaciones que el ayuntamiento ponía a disposición del proyecto
de ascenso, esperanza remota de todos los alcaldes del municipio
habían tenido en el pasado pero en esa semana encandiló a
presidente, directivos, entrenador, alcalde por supuesto, concejal de
deportes, al aficionado que iba a los entrenamientos e, incluso, al
cura que también se asomó por el estadio a ver al portento llegado
de la villa y corte. Alineado en el primer partido previsto, visita a
un pueblo que se encontraba todavía más allá del culo del universo
por así decirlo, la expectación era enorme, fácil acudió un
centenar de espectadores aquella mañana en aquel campo,
verdaderamente un campo, en que se iba a dar el primer paso en un
largo camino triunfal. En cuanto el equipo visitante se hizo con el
balón, apenas un minuto de comenzado el encuentro, el balón fue
enviado hacia la posición de la gran esperanza blanquiazul -los
colores del equipo procedían de una donación de camisetas que había
hecho un veraneante donostiarra oriundo del lugar-, que, escorado un
poco a la izquierda, en posición de teórico extremo izquierdo, lo
controló con el pecho perfectamente y lo dejó caer junto a su pie
izquierdo, el de su pierna buena, el balón se quedó clavado en el
sitio y los tacos del delantero también, el terreno no estaba para
mariconadas. El crujido de la tibia, el peroné, todos los ligamentos
y una parte del fémur se oyó en el hospital provincial de la
provincia vecina que era el que estaba más próximo y al que, en un
taxi, fue trasladado de urgencia y tuvo suerte, los médicos no se
atrevieron a amputarle la pierna, a pesar del espantoso estado en que
se la había dejado el defensor derecho local, apodado Gorriti en
honor de un histórico futbolista vasco de juego muy viril. El
árbitro no pitó falta.
Y el partido terminó con una contundente
derrota de los visitantes.
- ¿Qué quieres
decir con esto? - Preguntó Ernesto Arrate el industrial a Jon Galtzagorri, el veterano abogado, que estaba relatando lo anterior en la
sobremesa tranquila de la sociedad gastronómica- ¿Qué tiene que
ver con lo que te acabo de preguntar?
- Que Garmendipe no
es el Bernabeu, que para ganar allí tienes que llevar a quien conoce
el terreno, conoce a los jugadores contrarios, conoce al árbitro y a
la madre que lo parió –y Galtzagorri dio otra calada al habano-, y que
si quieres traer al mejor abogado de Madrid con tu dinero para que te
defienda en el Juzgado de lo Penal n.º 14 de Donostia es tu problema
y no me pidas mi opinión.
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