Ingmar
Bergman relata en su autobiografía “La linterna mágica” un episodio de diarrea
simultánea con una novia. Ambos se encontraban en París, en una de esas
viviendas viejas y sin retrete, cuando a ella se le descompuso el aparato
digestivo –Ingmar fue un crónico desarreglado, quizá por una difícil relación
con sus padres desde la más pequeña infancia-, por lo que la pareja vivió unos
días de carreras por los pasillos, retorcijones, ruidos y olores que el autor
del relato aprovecha para obtener la solidaridad del lector.
El
libro me lo regaló una novia que decía que la relación de Bergman con las
mujeres le recordaba a la mía. Yo no lo entendí así pero el sórdido episodio de
la cagalera parisina se me quedó grabado y cada vez que tengo algún incidente
íntimo con mis tripas me acuerdo. También me acuerdo de aquel amigo abogado que
descubrió el cáncer que le mató por una repetición de estos trastornos y, no
puedo evitarlo, el olor de la muerte se liga en mi imaginación al olor dulce de
los excrementos líquidos.
Hoy,
sin embargo, controlado el flujo intestinal propio que ha dado origen a este
escatológico relato y que me ha impedido acudir al trabajo, me llaman para
referirme que el confidente policial ha soltado panfletos injuriosos y amenazantes
contra mi cliente, nuestras familias y contra mí. Como sé que es uno de mis
lectores más fieles en este blog, no puedo evitar escribir algo, tan inspirado
en la materia fecal que estas horas he ido dejando fluir en el retrete como en
lo que voy conociendo de su biografía.
Actualmente
vinculado a algún elemento de la vasca policía por esos servicios mutuos que
chivatos y podridos se prestan en sus modos de vivir, este soplón lleva
recibiendo los favores policiales –de los de verde, que no había de colorado-, desde
que era mancebo de farmacia y chapero en las riveras del Urumea, junto al Puente
de Hierro, cuando empezó a introducirse en la cocaína. Lógicamente ese tejido
de relaciones, que inició entonces, le
ha mantenido exento de algunas consecuencias que suelen ser inevitables cuando
se burla la ley como medio de vida. Y
además se nos insinúa a sus víctimas que sus hechos son males necesarios por
ahora.
No lo acepto
y no me lo creo. Un delincuente debe ser apartado de la sociedad por quienes
están encargados de ello por muy necesarias que sean sus delaciones para que la
policía funcione. Funcionar así no es funcionar, es convertir a la policía, de
verde o de rojo o sin uniforme, en una institución delincuente, en la que los
podridos medran hasta hacerla un enemigo de la ciudadanía.
Los
pasquines de ese gárrulo no me van a
hacer cambiar un ápice de mi línea de vida como es evidente pero ni siquiera
sirven para limpiarme el culo hoy.
Anónimos "identificados" e impublicables llegan sobre este individuo.
ResponderEliminarEfectivamente la historia de su relación con las víctimas femeninas por contagio de sus adicciones son terribles pero, aunque algunas son viejas, afectan a personas que están vivas, a pesar de todo, y que si las llegasen a leer indudablemente les harían mucho daño. este respeto y la memoria de los mejores gin-tonics de la noche donostiarra impiden que las incluyamos en este blog.