Miedo entre dientes (Photo credit: Gonzak) |
Arantza salía del ambulatorio agotada. La medicina era su
vocación y su ejercicio le llenaba de satisfacción pero atender el cúmulo de
consultas mañanero, las visitas domiciliarias, la vuelta al despacho cuchitril
para rellenar el papeleo ahora telemático pero tan papeleo burocrático como
siempre dejaban a Arantza exhausta todos los días. Le gustaba llegar a su casa
por la tarde, descalzarse, coger una bandeja con cualquier cosa para comer y
sentarse delante de la tele hasta que llegase su marido de alguna de las obras
o de la oficina para dar los dos una vuelta por el barrio “txikiteando” con los
amigos. Era una tarde de verano, su hija de doce años estaría en casa,
esperando a que llegase para pedirle la paga y salir.
Arantza giró la llave en la cerradura y empujó la puerta
pero la puerta no se abrió. Su hija habría corrido el cerrojo pensó. Los miedos
de los chicos son imprevisibles. Tocó el timbre, no le abría nadie, el silencio
al otro lado de la puerta era total, insistió durante un momento que se le hizo
eterno, golpeó en la puerta con manos y pies, por fín oyó que su hija musitaba:
-¿Quién es? ¿Amá eres tú?
Arantza supo que algo malo había pasado antes de que su hija
consiguiera abrirle la puerta.
La niña estaba sola en la casa unas horas antes, cuando
sonaron los timbrazos y aporrearon la puerta. No abrió. Por la mirilla atisbó
un hombre cnloquecido que golpeaba y gritaba ininteligiblemente. Se apartó de
la puerta y entonces entendió por fin lo que se le decía, ahora pausada y claramente:
-
Tengo una lata de gasolina y sé que estás sola, dile a
tu padre que si no me paga lo que me debe, quemaré la casa contigo dentro.
Su padre puso la correspondiente denuncia, después de
explicarle a su hija que un individuo al que le había dado dinero para que le
dejase en paz, llevaba un tiempo pidiéndole más dinero bajo nuevas amenazas. La
denuncia fue archivada más temprano que tarde. El padre puso nuevas denuncias
repetidamente porque en el portal de la casa aparecían pintadas exigiéndole
dinero, en la calle aparecían hojas volanderas
con malas fotos del matrimonio,
enmarcadas por frases injuriosas contra el esposo “Paga lo que debes,
estafador” “Asaltador de trenes de dinero” “Traficante de influencias”.
Las coacciones continuaron demasiado tiempo. Las denuncias también. Algunas acabaron en algún tonto juicio de faltas.
http://antxonmasse.blogspot.com.es/2013/12/piden-mas-de-siete-anos-de-prision-para.html
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