La Calavera del Diablo (Photo credit: Wikipedia) |
Onintza estaba empezando la primera clase de la mañana con
el grupo de “Lehen hezkuntza”, apenas había pedido a una de las niñas que
escribiera la fecha en la pizarra, cuando entró el conserje y le dijo en euskara
al oído:
-Es algo de tu marido, una llamada urgente, que están en una
cabina y se les va a cortar.
Salieron los dos corriendo hacia el teléfono de la entrada
que estaba descolgado. A Onintza se le hicieron eternos los apenas 20 metros
que recorrió con el corazón en la boca. Nada más coger el aparato la voz
masculina le habló en castellano, más paladeando que vocalizando las palabras:
-Onintza, hemos mandado a tu marido a urgencias. Esta vez no
se va a morir. Pero si no paga lo que nos debe…
Y colgó. Onintza no supo qué hacer unos minutos. El conserje
le miraba y le pasó un pañuelo de papel. Se dio cuenta de que estaba llorando.
Le dijo también en castellano lo que le habían dicho y se fue a por el bolso en
la clase, mientras el conserje llamaba. Sacó el móvil y llamó a su marido pero
éste no respondía. Los niños estaban en silencio. Una compañera entró y le hizo
salir al pasillo, le quitó las llaves del coche y le dijo que le subía a la
Residencia. Llegando a la Residencia, entre llamada y llamada sin respuesta, el
conserje le pudo decir que su marido estaba herido en la cabeza con una barra
de hierro y que debía ser leve.
Su marido estuvo semanas sin salir de casa, la herida física
sólo requirió unos puntos, las otras heridas se le han quedado abiertas pero no
pagaron. Hablaron mucho y decidieron que no iban a pagar, pasase lo que pasase.
Un individuo se había inventado una factura por unas obras que nunca había
hecho y unos meses antes se había presentado en su oficina pretendiendo
cobrarla. Al principio lo tomó por un loco, luego volvió repetidas veces, daba
gritos y pegaba portazos. Lo echó cada vez. Una mañana al llegar al trabajo, de
la obscuridad del portal, salieron dos sujetos cubiertos con pasamontañas, uno
le agarró por la espalda y el otro le golpeó en la cabeza, cayendo conmocionado
en un charco de sangre.
Durante meses su vida fue un purgatorio, llamadas
amenazantes, incluso a un número de teléfono “seguro” e “ilocalizable” que les
tramitó la policía, pintadas en el portal y pasquines con su foto y con frases “Estafador, txorizo,
lapurra” “Paga lo que debes” que algún vecino recogía y se las metía en el
buzón. Pero no pagaron, aguantaron. Ahora, años después, Onintza cada vez que
alguien le interrumpe la clase se
sobresalta, se seguirá sobresaltando mucho tiempo.
Cuarto hito en la biografía de un delincuente
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