English: "Social justice for our people... now". March as part of the nationwide two-day strike called by the Workers' United Center of Chile. August 25, 2011. Español: "Justicia social para nuestro pueblo ahora". Marcha como parte del paro nacional de dos días convocado por la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, el 25 de agosto de 2011. (Photo credit: Wikipedia) |
Pasear por nuestras ciudades occidentales en este siglo XXI
con sus casas señoriales, sus parques, sus monumentos, orden, urbanismo, limpieza…
es rutinario para muchos de los habitantes de esas ciudades y de sus entornos.
No perciben lo que significa ese paisaje urbano logrado por años de
civilización hasta que no se tropiezan con trozos de 3er. Mundo en algún rincón
de la ciudad o entre la ciudad y su entorno: chabolas, favelas, bidonvilles que
acogen a los que van viniendo escapando de la pobreza o, lo que es más reciente, a los que se van
cayendo por la rampa social que la crisis ha hecho más aguda y más extensa.
También en nuestras ciudades es fácil acercarse a las calles
donde viven los que están más cerca de la cima social o a las urbanizaciones, a
veces sin muchas medidas aparentes de seguridad, en las que familias de las
finanzas se socializan entre los suyos e incluso compartir una elegante copa o
un poco de sano sudor en algún club náutico o de golf.
Y paseando uno recuerda esas historias de revoluciones en
que se cortaron cabezas por muchas de nuestras ciudades europeas o aquellos
atentados de anarquistas que intentaban construir paraísos utópicos para la
clase obrera matando patrones o el aprovechamiento por los pistoleros independentistas
del malestar social para asesinar a industriales o extorsionar a empresarios
autónomos.
Hace tiempo que llevo advirtiendo que esa Europa urbana y
turística se ha ido logrando con la creación del ordenamiento jurídico laboral,
esa construcción entre tensiones y pactos, que los de arriba y los de abajo han
ido estableciendo los últimos doscientos años, que estas ciudades de ahora
hunden sus raíces en aquel pasado de sangre, que dejó de correr porque se
sustituyó por la ley que permitía encauzar los conflictos y daba a los de abajo
la esperanza de que el derecho y la defectuosa democracia les hacía dueños
parcialmente de este paisaje, de este decorado social que era Europa hasta hace
un rato.
Sin embargo, los poderes plutocráticos han degenerado y los
sátrapas que nos dirigen en su nombre e interés, pero que estafados hemos
elegido con nuestro voto, parece que han borrado de su memoria selectiva esta
historia de Europa, la historia de las luchas de clase a sangre y fuego, y
están introduciendo el cáncer de la ruptura de la amalgama social mediante la
demolición del derecho social –p. ej.: en España hasta sus padres y abuelos que
desencadenaron el golpe de estado genocida del 18 de julio de 1936 fueron lo
bastante inteligentes para obligar a sus esbirros militares a otorgar el Fuero
de los Trabajadores para los supervivientes de aquellos que estaban liquidando-,
y siguen incidiendo en ese error, error que no es solo de macroecomía sino
contra la humanidad.
Mi pesimismo es inmenso, así que me paseo por estas ciudades
todo lo que puedo, quizá estas miradas de ahora sean las últimas.
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