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sábado, 30 de mayo de 2015

EL ABOGADO COMO VÍCTIMA


Acabo de leer un artículo de un abogado americano que cuenta cómo se siente después de que una bala errante impactara en la sala de su casa (http://telocuentonews.com/analistas/el-abogado-popular/7861-como-es-ser-disparado). Y me ha llevado a recordar mis sentimientos cuando he sido agredido.
English: Justicia brandegeeana
English: Justicia brandegeeana (Photo credit: Wikipedia)
No recuerdo cuando tuve las primeras amenazas por mi ejercicio profesional pero me parece que fueron desde el principio de mi actividad. Eran amenazas más o menos explícitas por parte de miembros de las fuerzas del orden, al estar públicamente identificado como miembro de un partido político ilegal y adscrito a un sindicato de trabajadores también ilegal, una de esas amenazas con la boca del cañón de un naranjero en mi barbilla me dejó cierta impresión sicológica durante un tiempo.
Luego pequeños empresarios, algunos trabajadores más radicalizados que mis clientes, justicieros ignorantes, pretendidas feministas, etarroides gangsteriles… me intentaron ocasionalmente impedir el ejercicio de la defensa de mis clientes de formas coactivas y en alguna ocasión con cierta violencia sin que por suerte yo padeciera daño alguno.
No cuento la típica misiva de ETA pidiendo dinero en una campaña coactiva masiva y que sus abogados de contacto minimizaron en su momento y la echaron al cesto de las campañas de intoxicación de la parte contraria.
Nunca tuve la sensación de que tenía que cambiar mi conducta, pasé miedo puntual pero fui olvidando los incidentes. Al intentar recordarlos me cuesta poner caras, fechas y lugares, buscarles la causa concreta que llevó a aquellos hechos.
El 19 de marzo de 2003 fui agredido en mi despacho por los hijos de un amigo fallecido y las secuelas del ataque (conmoción cerebral, torsión cervical, corte en el párpado, hematomas faciales… ) me tuvieron apartado unas semanas del ejercicio. El descubrir en el juicio posterior  que los agresores habían sido incitados consciente o inconscientemente por uno de mis socios me produjo algo parecido a una decepción pero nada más. Fue un episodio revelador del cretinismo de unos y de la envidia de otros.
Desde 2006 he sufrido primero amenazas verbales y luego agresiones por parte de un pequeño capo local dedicado al chantaje, el pequeño tráfico de drogas y a las confidencias policiales. Sus amenazas, su envío de sicarios a golpearme, sus insultos públicos e injurias en panfletos a mi cliente y a mí lo único que me han producido es enfado con la “Justicia”, la inutilidad y la gandulería de los funcionarios que ejercen el poder judicial en instrucción y fiscalía son la mayor agresión que sufren las víctimas de un delito, la connivencia interesada con los delincuentes que a veces tienen los innumerables cuerpos policiales resultan incomprensibles, por eso, cuando la Policía Vasca se movió un poco y, en cierto modo, cortó estos delitos, me entró un agradecimiento profundo hacia algunos de sus miembros.
Pero el enfado sigue, enfado con los delincuentes, hayan tenido o no su castigo según la ley, porque la sanción que se han merecido por atacar a un agente de la justicia era mucho mayor para ser reparadora y enfado con todos y cada uno de los jueces, fiscales, policías que, a diferencia de los pocos que excepcionalmente han cumplido con su función, han apaleado papeles en sus mesas para cobrar su salario constante a fin de mes.



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