Acabo de leer un artículo de un abogado americano que cuenta
cómo se siente después de que una bala errante impactara en la sala de su casa
(http://telocuentonews.com/analistas/el-abogado-popular/7861-como-es-ser-disparado).
Y me ha llevado a recordar mis sentimientos cuando he sido agredido.
English: Justicia brandegeeana (Photo credit: Wikipedia) |
No recuerdo cuando tuve las primeras amenazas por mi
ejercicio profesional pero me parece que fueron desde el principio de mi
actividad. Eran amenazas más o menos explícitas por parte de miembros de las
fuerzas del orden, al estar públicamente identificado como miembro de un
partido político ilegal y adscrito a un sindicato de trabajadores también
ilegal, una de esas amenazas con la boca del cañón de un naranjero en mi
barbilla me dejó cierta impresión sicológica durante un tiempo.
Luego pequeños empresarios, algunos trabajadores más radicalizados
que mis clientes, justicieros ignorantes, pretendidas feministas, etarroides
gangsteriles… me intentaron ocasionalmente impedir el ejercicio de la defensa de
mis clientes de formas coactivas y en alguna ocasión con cierta violencia sin
que por suerte yo padeciera daño alguno.
No cuento la típica misiva de ETA pidiendo dinero en una
campaña coactiva masiva y que sus abogados de contacto minimizaron en su momento
y la echaron al cesto de las campañas de intoxicación de la parte contraria.
Nunca tuve la sensación de que tenía que cambiar mi
conducta, pasé miedo puntual pero fui olvidando los incidentes. Al intentar
recordarlos me cuesta poner caras, fechas y lugares, buscarles la causa
concreta que llevó a aquellos hechos.
El 19 de marzo de 2003 fui agredido en mi despacho por los
hijos de un amigo fallecido y las secuelas del ataque (conmoción cerebral, torsión
cervical, corte en el párpado, hematomas faciales… ) me tuvieron apartado unas
semanas del ejercicio. El descubrir en el juicio posterior que los agresores habían sido incitados
consciente o inconscientemente por uno de mis socios me produjo algo parecido a
una decepción pero nada más. Fue un episodio revelador del cretinismo de unos y
de la envidia de otros.
Desde 2006 he sufrido primero amenazas verbales y luego
agresiones por parte de un pequeño capo local dedicado al chantaje, el pequeño
tráfico de drogas y a las confidencias policiales. Sus amenazas, su envío de
sicarios a golpearme, sus insultos públicos e injurias en panfletos a mi
cliente y a mí lo único que me han producido es enfado con la “Justicia”, la
inutilidad y la gandulería de los funcionarios que ejercen el poder judicial en
instrucción y fiscalía son la mayor agresión que sufren las víctimas de un
delito, la connivencia interesada con los delincuentes que a veces tienen los
innumerables cuerpos policiales resultan incomprensibles, por eso, cuando la
Policía Vasca se movió un poco y, en cierto modo, cortó estos delitos, me entró
un agradecimiento profundo hacia algunos de sus miembros.
Pero el enfado sigue, enfado con los delincuentes, hayan
tenido o no su castigo según la ley, porque la sanción que se han merecido por
atacar a un agente de la justicia era mucho mayor para ser reparadora y enfado
con todos y cada uno de los jueces, fiscales, policías que, a diferencia de los
pocos que excepcionalmente han cumplido con su función, han apaleado papeles en
sus mesas para cobrar su salario constante a fin de mes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario