Beach of Pedreña. (Photo credit: Wikipedia) |
-¡No me lo esperaba!
Ha exclamado Ana, al abrir el paquete de regalo que su
esposo le ha entregado en el desayuno, y se ha extasiado ante los pendientes de
perfectas perlas en su sobria presentación. Luego se ha quitado los pendientes
de perfectas perlas que llevaba en sus orejas y se ha puesto los nuevos. Adela
su asistente personal le ha acercado un espejo y se ha observado un momento,
gustándose en el reflejo.
-
Los voy a llevar en misa ¿Están ya los niños
preparados?
Bernardo, el conductor, le ha indicado que ya estaban en el
coche delante de la puerta. Cándida, la responsable del servicio, ha acercado
la prensa del día al señor que fue ayer por la tarde a misa en la catedral y
que se dispone a leer, en vez de en el salón de lectura, mientras Desideria,
del turno de mañana festiva en la salita de desayunos de los señores, recoge la
mesa, dejando solo un humeante té al alcance de
Guillermo.
Enrique, el secretario cuchichea a Ana unos importantes
datos que acaba de recibir de Singapur y asiente a las órdenes, que no admiten
réplica, desapareciendo por la derecha del hall mientras Adela avisa al párroco
para que se prepare a recibir a la familia que paga su estupendo sueldo. Luego
se dirige a colocar los pendientes sustituidos en el armario blindado de
pendientes de perlas que, piensa, habrá que ampliar.
Mientras, en el bar del pueblo, Francisco, al que todos
llaman Paco “El viudo”, se toma un carajillo para desayunar y lee el Marca, le
faltan unos días para cumplir los noventa pero con las gafas que compró en la
farmacia tiene suficiente para leer. Gonzalo, el propietario le observa y
comenta a otro parroquiano:
-
¡Con lo feliz que era este hombre con la
parienta y ahora quedarse solo con su edad! ¿Quién les mandaría comprar obligaciones
convertibles con sus ahorros?
Paco “El viudo” no cumplirá los noventa, morirá esa misma
tarde, viendo el partido de fútbol en la televisión del bar.
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