Los carnavales pasan
ante la puerta de la taberna, zanpantzarrak, ziripotak, sorgiñak…
bailan entre aplausos de espectadores, más o menos disfrazados. El
Chepas fuma mientras los observamos y yo me sumo a los que aplauden y
hago alguna foto con el teléfono. Luego entramos a nuestra mesa y el
recupera el hilo de su monólogo:
Disfraz de Zanpantzar infantil, en una exposición en la Ikastola Amaiur (Pamplona) (Photo credit: Wikipedia) |
Los periódicos
ofrecidos por la casa están sobre la mesa, los dos o tres locales,
uno deportivo y otro que fue una referencia de la prensa en lengua
española. El Chepas ya los ha ojeado todos y ha pedido su tercer
café.
- No solo ha sido la
enseñanza, que se ha ocupado por militantes nacionalistas desde el
minuto uno de la Autonomía, sino que todos los demás medios de
educar a la sociedad que los electores hemos ido entregando a los
nacionalistas vascos -administraciones públicas, entidades de
ahorro, medios de comunicación de masas…-, han sido utilizados
para construir un biotopo en que se vive en la aceptación de lo
nacionalistamente correcto o no se vive -y no me refiero a la
violencia del nacionalismo radicalmente auténtico-, de tal forma que
no lo percibimos y que incluso nos podemos reír de esta identidad
vasca que nos posee más que poseemos.
Se levanta y se
dirige a la barra para pagar sus consumiciones y la mía. Me pone una
mano, una enorme mano, sobre el hombro.
- ¿Y los valores
ciudadanos? No ha habido la misma eficacia para conformar una
sociedad vasca ética que respete la moral y que ponga el bien común,
al menos como objetivo inalcanzable, por encima de los bienes
individuales. Como en el resto de España, el chanchulleo autóctono,
el enriquecimiento sin barreras sociales, el aprovechamiento de lo
público, la frivolidad de los personajes que lideran la sociedad…
ocupan los mismos primeros puestos de la escala de valores de
Euskalherria. Un calvinismo de hipocresía en los discursos de los
dirigentes oculta cuanto puede las vergüenzas de las múltiples
corrupciones propias y siempre encuentra explicaciones a lo que a
veces inevitablemente asoma para caer nuevamente en el olvido. Así
nada altera la Arcadia vasca.
Fuera la lluvia y el
viento ha obligado a la gente a refugiarse bajo la marquesina del
autobús. Me despido para alcanzar el autobús que llega con su carga
de pequeños zanpantzarrak, ziripotak y sorgiñak acompañados de sus
abuelos que les cuidan.
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