Português: Mesquita de Mohamed Ali (Photo credit: Wikipedia) |
Leyendo
las declaraciones de Benzema y otros sobre el racismo en la sociedad francesa o
en las sociedades europeas, justo antes de asistir de oficio como abogado en un
juicio a un magrebí acusado de malos tratos y violencia doméstica, he tenido
una sensación de haberlo vivido todo esto anteriormente. Y no es porque la
memoria me haya jugado una mala pasada enviándome a un bucle de sensaciones
irreales, es que realmente todo esto lo he vivido en estos últimos 44 años de
ejercicio profesional.
La
misma mujer maltratada repetidamente, la misma actitud de incomprensión del
autor en sus declaraciones con la tozuda negación de la evidencia, la misma
rutina policial en la instrucción, la misma tardanza en la tramitación
procesal, el mismo juicio incompleto, siempre faltan diligencias, pruebas,
informes y, sobre todo, emociones, sentimientos…
Cómo no recordar el dicho: “cuando
llegues a tu casa, pégale a tu mujer, tú no sabrás por qué, pero ella sí” pero creo que
ahora no es políticamente correcto decir que es un proverbio árabe, como
figuraba en los viejos libros, donde todo lo árabe era musulmán, esto es, éste
era un consejo del Corán. Aunque me parece que el Corán (4.34) llega a las “hostias”
más gradualmente:“Pero a
aquéllas, cuya animadversión temáis, amonestadlas,
luego dejadlas solas en el lecho; luego pegadles, pero si
entonces os obedecen, no tratéis de hacerles daño. ¡Ciertamente, Dios es en
verdad excelso, grande!” O
sea que Alá y su Profeta apostaban y apuestan por la bronca, el acoso
sicológico en la cama y los sopapos solo hasta lograr la sumisión de la señora,
después ya no hace falta.
A
veces durante la preparación de la vista o en los pasillos del Juzgado, se
acerca alguna monja laica –les llamo así aunque no tienen por qué ser de sexo
femenino-, de ésas que van de asistentes sociales por la vida, y te suelta el
rollo de la cultura diferente, la inmersión en la educación que recibió el
sujeto, la difícil integración, la lenta evolución del Islam hacia los valores
compartidos en Occidente, lo malos que fueron los cristianos en el pasado etc.
Y cuando le dices que ahora es cuando estás sintiendo ganas de meterle la torta
que no le metió a tiempo su madre a esta pesada, se te indigna y te suelta lo
de los indudables prejuicios racistas que los poderes fácticos, mediante el
temor al diferente, han acabado inculcando a alguien con fama de progresista
como es uno. Y te levantas, te ajustas la toga y te aferras a tus valores
inculcados para controlar las ganas que ya se han hecho inmensas.
En
resumen: me resulta imposible sentir la mínima empatía con estos defendidos que
me tocan de oficio –y sospecho que me tocan porque no los quiere nadie y debo
estar en el turno de los “marrones”-, así que tengo tentaciones de pedir de
ahora en adelante su absolución, alegando simplemente “in dubio pro moro”.
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