Toreaban Antonio
Ordóñez, Julio Aparicio, El Litri, Chamaco, Chicuelo II, Antonio
Bienvenida… en las primeras corridas de toros que yo veía en mi
infancia y por Reyes me regalaban capotes, banderillas, monteras…
quería “de mayor” ser torero, mi tío Onofre me enseñaba el
toreo de salón, dando unas largas cambiadas a toros enormemente
soñados a puerta gayola, empezaba a aplaudir en el paseillo y hasta
que el último toro no dejaba un dibujo de sangre, provocado por el
trazo de su arrastre, sobre el gris suelo del ruedo del Chofre no
dejaba de aplaudir. Me he extasiado ante las verónicas de Curro
Romero, las chicuelinas de Paco Camino, las banderillas de los
hermanos Girón, los naturales de Jaime Ostos, las estocadas de El
Viti y no sé cuántos más de todos aquellos matadores del pasado.
He visto cientos de corridas en San Sebastián, Tolosa, Azpeitia,
Baiona, Bilbao, Pamplona, Valladolid… He perdido la afición
varias veces, la primera por aburrimiento en tiempos de El Niño de
la Capea, Espartaco, Manzanares, Ojeda… la segunda, por haber
pasado a los bastidores un tiempo y conocer el otro lado del
espectáculo, cuando ya toreaban Enrique Ponce, El Juli, Jesulín,
otro Litri, otro Cordobés… cogí abonos cuando se inauguró
Illumbe y no los renové, a pesar de que visité otros ruedos en
aquellos años, porque cada vez veía más lo que pasaba ese hermoso
animal herbívoro y ya no sentía que aquel cúmulo de agresiones con
premeditación y alevosía a un ser vivo inofensivo, privado de
defensas y de escapatoria, compensase un par de estéticas poses de
“mariconcilla” en porcelana de Morante o el esperpento casposo
del minusválido Padilla. Me arrepiento de haber llevado a mis hijos,
a cada uno, a ver este bochornoso evento de maldad injustificada. La
borrachera del amor con una aficionada que no entiende mi postura -le
sigo ganando todos los concursos de preguntas y respuestas sobre
toros-, me ha llevado a visitar otras plazas, como la de Mont de
Marsan, para saciarme de sangre, de dolor, de agonías interminables,
de trampas escandalosas… espero que para siempre jamás.
No soporto las
acusaciones de buenismo, animalismo de Walt Disney y otras
gilipolleces que sueltan quienes están anclados en este mundo de
crueldad inhumana que todo lo justifica al mono vestido frente al
resto de las especies vivas, no soporto a los filósofos que se
acercan al pesebre del taurinismo para fundamentar esa industria
ganadera con sofismas a tanto el kilo, siento nauseas cuando los
veterinarios se convierten en cooperadores necesarios de este circo,
me repatea que excelentes escritores, quizá los pocos activos que
quedan en el periodismo, mojen su pluma en esa mierda para realizar
sus columnas.
Ni un euro de dinero
público a los toros, que los organizadores privados paguen los
costes reales que suponen para los servicios públicos la celebración
de cada corrida, que se sancionen de verdad todas las infracciones
que se consienten a los taurinos, ni un voto a las autoridades
elegibles que acudan a los toros.
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