La tauromaquia no es
más que hacer diversión de la última agonía de un ser vivo. Como
el mono vestido tiene un cerebro algo más evolucionado que el
herbívoro, esa agonía se alarga por su mano lo suficiente para que
una y otra vez se puedan repetir pornográficamente las posturas del
protagonista bípedo delante de las defensas del animal ya moribundo
desde que se le arrancó del pasto. Y eso hasta seis veces, seis, por
tarde. Sin embargo, hay quien compagina ver con deleite una y otra
vez Madama Butterfly con el éxtasis que siente al ver el mismo
espectáculo teatral de la pantomina de castiza españolidad delante
de seis seres vivos rumiando su sangre y dolor, que justifica en el
arte del toreo, en esa estética luminosa y ensordecedora, con sus
dosis de peligro y de rara sorpresa, la repetición del rito diario
de la caza del herbívoro doméstico para convertirlo en un zombi
sobre el escenario preparado al efecto.
Hay quien dice que
hay más riesgo de tener un accidente laboral cuidando cerdos que
toreando un miura, como no sé las estadísticas y además, si
sumamos a los accidentados profesionales todos esos aficionados a
dejarse destripar con motivo de las fiestas patronales por las calles
de nuestros profundos pueblos, no me acabo de creer las cifras que se
dan. Aunque no hubiera riesgo alguno en torear “pianos de cola con
cuernos como bananas” (sic) a los que la “acorazada a caballo”
(sic) ha desangrado, la necesidad de hacérselo creer al espectador
para que mantenga su ilusión infantil, lleva al esforzado espadachín
a provocar el accidente suicida con maniobras más allá del sentido
común y que, si no fueran por su trágico resultado, serían
ridículas.
Como torear medusas
-el animal que más muertos causa entre los humanos-, no justifica
300.000 euros de emolumentos a repartir con la cuadrilla y los
vampiros, nuestras ferias y las de imitación por Francia y así van
a seguir contando con estos voluntarios verdugos de bovinos que
prestan su imagen para vendernos relojes o ropa interior -¿Nadie va
a hacer una campaña para boicotear estas firmas que fomentan el
taurinismo más hortera?-. Así que música de pasodoble, cohetes en
el cielo, alcohol en la sangre, olor a fiemo, puros habanos, peinetas
en el moño, chulerías, desplantes e improperios y… ¡Qué siga la
fiesta!
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